Un pastor evangélico confesó ser autor de un atroz femicidio. Así como hubo evangélicos de distintos cultos que se ensañaron con la Iglesia católica a raíz de los escándalos de pederastia, no faltaron en las redes y en ambientes privados, católicos que se solazaron con el consabido “mal de todos”. Y sobre todo ateos militantes que arremetieron contra “las religiones” en general, usando como argumentos los casos mencionados o similares. Si se tratara de hacer una competencia de horror cabría responderles que en agrupaciones de scouts y clubes deportivos totalmente laicos se han dado barbaridades similares. Todo esto sin olvidar que más del 90 por ciento de los abusos sexuales son cometidos por personas sin vinculación con ninguna de las entidades citadas. Es chocante que coachs, curas y pastores se hayan convertido en lobos de las inocentes ovejas que se les confiaron, pero advierto en quienes magnifican los abusos de personas ligadas a instituciones, más un intento de desprestigiar a tales colectivos que de condolerse de las víctimas.

Los viciosos aprovechan la imagen de respetabilidad de determinada entidad, la confianza que despiertan en sus feligreses y el acceso privilegiado a sus posibles víctimas, pero la religión no es la causa de estos crímenes, como tampoco lo es el laicismo, por supuesto, ni el ateísmo... y ninguna de tales opciones constituyen una barrera que nos garantice estar libres de tales atropellos. Hace unos años un radiodifusor en Quito esparcía el eslogan “una cancha más es una cárcel menos”, haciéndose eco de la muy extendida idea de unas supuestas virtudes redentoras del deporte, felicito por su optimismo a quienes piensan así, porque abundan los casos de los deportistas devenidos en delincuentes. Entonces, ¿que se queden los chicos en casa? De acuerdo, sin olvidar que el ambiente en el que se producen la mayor parte de abusos es la familia.

“Columnista, nos está poniendo en un callejón sin salida”. Difundir un mensaje desolador y sin esperanza sería fracasar. Pero sí quiero advertir contra las soluciones simplonas y las recetas mágicas. No creo que en estos años haya aumentado la frecuencia de estos delitos. No veo razón para que ello hubiese ocurrido, todo conduce a pensar que lo que ha aumentado es la posibilidad de denunciarlos y lo que antes estuvo oculto ahora se conoce. La tecnología ayuda a los criminales, pero también contribuye enormemente a permitir la difusión de mensajes preventivos y a permitir que muchas víctimas salgan a la luz. Las instituciones que optaron por ocultar el mal se equivocaron y ahora todo se ha vuelto en contra de ellas. Entonces la clave está en la transparencia, en enseñar a niños, a jóvenes, a todos los seres humanos, a no tener temor ni vergüenza de denunciar las agresiones, donde quiera que estas se hubiesen producido. Los estados, porque para esto deben servir los estados y no para manejar ineficientes aerolíneas, deben crear las condiciones para que estas denuncias sean investigadas y los delincuentes sancionados y aislados. No veo otra solución viable y de aplicación inmediata. (O)