Sospecho que esta columna estará salpicada de referencias musicales. Su mismo título es parte de la letra de un conocido bolero popularizado por el trío mexicano Los Panchos. Es que, pese a la defensa del ejercicio libre de la voluntad, todos, al ser parte de una cultura y sus vicisitudes, estamos influenciados por ese entorno. Somos responsables de nuestros pensamientos y acciones, pero estos no pueden entenderse al margen de sus circunstancias… Ortega y Gasset en acción.

Así, mi estado anímico, del cual soy al fin y al cabo responsable, además de mi voluntad está influenciado por mi entorno. Por eso, una de las respuestas posibles al estímulo externo es precisamente el título de este artículo que emerge como una suerte de condescendiente acomodamiento a recurrentes circunstancias nacionales. Diariamente conocemos de acciones políticas que instauran socialmente una atmósfera densa, cargada de verdades a medias, falsedades, gritos y pactos inconfesables, pero intuidos. Las redes sociales y su intrínseca veleidad se enseñorean políticamente sin que los responsables públicos de informar de manera fidedigna precisen nada, porque a menudo ni siquiera se pronuncian sobre los hechos y, si lo hacen, el contenido de sus mensajes es contradictorio. Abundan ejemplos de esta realidad nacional: la lucha contra la corrupción, la aceptación o no por la Interpol de la alerta roja para detener al señor Correa, la fuga del señor Alvarado, el futuro institucional del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social y tantas otras situaciones caracterizadas por la misma incertidumbre e indefinición... como si estuviésemos fatalmente destinados a vivir en el absurdo y en lo surreal.

Y así pasan los días… Perezosamente nos adaptamos a esa realidad y hasta bromeamos ahí adentro, envileciéndonos cada vez más como individuos y como pueblo. Refocilándonos en ese ambiente al igual que chanchos en lodo como mascullo ahora, ya sin pudor ni dignidad. Seguramente así se sintió Kafka frente a sus circunstancias. Por eso los famosos personajes de dos de sus novelas, La metamorfosis y El proceso, muestran su angustia despertándose el primero convertido en un inmenso escarabajo y el segundo viviendo su perpleja impotencia frente a la absurda deshumanización del Estado. Probablemente así se sintieron Grass cuando escribió El tambor de hojalata y Munch cuando pintó su desesperado cuadro El grito.

¡Ah! ¿Y la música? Vuelvo a ella para decir que también el Adagio en sol menor de Albinoni nos inspiró por su cadencia y la melancolía de su melodía. Y también la bossa nova –diferente claro está– de Vinicius de Moraes, João Gilberto y otros brasileños creadores de este envolvente género musical que tiene en la canción Tristeza não tem fin a una de sus composiciones más importantes.

¡Qué pena haber sucumbido al desaliento! Lo lamento. Creo que nos salva la fe en la educación, la solidaridad y el esfuerzo personal enfocado a los siempre posibles espacios de felicidad y armonía. La esperanza y la utopía, en esta ocasión, deben dejar de lado las miasmas soporíferas de la política, para concentrarse en los amplios y translúcidos espacios de la sencillez y la bondad, verdaderos antídotos contra el deterioro y la degradación. (O)