El mes de octubre de cada año, la Real Academia de Ciencias de Suecia (RACS) suele dar a conocer los nombres de quienes han sido galardonados con el Premio Nobel en distintas disciplinas. La premiación se realiza en diciembre, el día 10, aniversario del fallecimiento de Alfred Nobel, quien estableció el Premio en su testamento de 1895, como una suerte de exculpación, si cabe, a su invento letal, la dinamita. En esa versión dejó establecidos los premios en Física, Química, Medicina o Fisiología, Literatura y Paz.

Según lo resume una fuente consultada (J. C. de Pablo, Nobelnomics, Penguin Random House, Buenos Aires, 2017), por iniciativa del presidente del Banco Central de Suecia (BCS), Per Asbrink, en 1968, el BCS instituyó el denominado “Premio del BCS en Ciencias Económicas, en memoria de Alfred Nobel”, sobre la base de los mismos principios que regían la concesión de los premios originales. Comenzó a otorgarse desde 1969.

Una rigurosa selección es realizada de entre las propuestas para la nominación presentada al Comité y la selección final se somete a consideración de la Academia, cuyos miembros deciden confidencialmente el o los ganadores de los Nobel. El Premio de Economía puede concederse a más de una persona, sin que se preste atención a si los candidatos están en las antípodas desde el punto de vista político y sin pretender orientar las futuras investigaciones en economía. El ejemplo del Nobel otorgado a Von Hayek y a Myrdal, en 1974, es una muestra: Paul Samuelson, el laureado 1970, había dicho al respecto que las “recomendaciones que surgen de sus trabajos, tomadas de forma literal, se cancelan mutuamente”.

La concesión no está sin embargo exenta de controversia en otros planos. En un trabajo sobre el tema difundido hace ya algún tiempo (Juan Falconí M./Patricio León C./Salvador Marconi R., Economía y Premios Nobel, Quito, PUCE, 1993), se anotaba que el Premio de Economía podía sugerir que de entre las ciencias sociales –la economía es una ciencia social–, vista la dimensión del galardón, la economía sería asumida como la disciplina “más científica”, óptica ingenua desde el punto de vista epistemológico y peligrosa ideológicamente, pues además habría tendencia a reconocer casi exclusivamente enfoques cuantitativos que se han vuelto comunes en la disciplina.

Asimismo, podría suponerse que solo se privilegiarían trabajos a los que académicos “modernos” confieren un carácter de “neutralidad”, en los que destaca la utilización de las matemáticas en las demostraciones –lo cual es muy positivo, por cierto–, pero independientemente de las hipótesis implícitas y las conclusiones que se desprenden de la formalización, lo cual en muchos casos puede no ser consistente con la realidad.

Señalábamos también que hay que tener en cuenta que el desarrollo del pensamiento económico no es “envolvente”, a diferencia de lo que ocurre en las ciencias naturales. El avance en las ciencias sociales no es necesariamente una progresión regular del error hacia la verdad; así, Gary Becker, Premio 1992, no es “mejor” economista que Ragnar Frisch o Jan Tinbergen, ganadores del Nobel 1969, el primero de los concedidos. Tampoco Milton Friedman (1976) sería menos distinguido, académicamente hablando, que Gerard Debreu (1983). Sobran los ejemplos.

El tema es pues definitivamente apasionante, como apasionantes son las controversias recientes en el ámbito de gestión de las economías; la mejor orientación de los sistemas; la tipología de la regulación; las causas de las crisis, sus efectos y las demandas de bienestar; los riesgos del mercado “clásico” del trabajo; la internalización de políticas ambientales; los impactos futuros de la inteligencia artificial; el desempeño financiero; en fin, tantos otros que cada día devienen más y más urgentes, cuyo tratamiento podría ser distinguido.

El Premio de Economía puede concederse a más de una persona, sin que se preste atención a si los candidatos están en las antípodas desde el punto de vista político y sin pretender orientar las futuras investigaciones en economía.

Esto, además, en un mundo global que ejerce, como bien lo anota Harari (Yuval Noah Harari, 21 lecciones para el siglo XXI, Buenos Aires, Penguin Random House, 2018) una presión sin precedentes sobre las conductas personales y los valores ciudadanos, en medio de las crisis de las definiciones básicas de la democracia liberal y del funcionamiento de los mercados.

En su trabajo, De Pablo destaca también otras características de la concesión del Nobel de Economía entre 1969 y 2016. Anota que veinticuatro economistas recibieron el premio de manera individual, treinta y seis en grupos de dos y dieciocho en grupos de tres; de los setenta y ocho solo hubo una mujer, Elinor Claire Ostrom (2009). Hasta 2016, de los setenta y ocho habían fallecido ya cuarenta.

La nacionalidad predominante de los laureados refleja, dice De Pablo, el dominio ejercido por los EE.UU. en la investigación económica. Hasta 2016 cuarenta y tres de los setenta y ocho ganadores eran estadounidenses (55,1%), dieciocho emigraron a ese país prontamente y desarrollaron sus carreras profesionales en EE.UU. Los restantes premiados son nacidos en Inglaterra (3); Alemania, Francia, Noruega y Suecia, dos en cada uno de estos países; y, uno en Escocia, Holanda, Chipre, India, Indias Occidentales y Rusia.

Como fuere, es muy cierto que ha habido una “americanización” del premio. De su lado, los campos de estudio han sido muy diversos: de orientación múltiple, al estilo de Samuelson (1970) y Sen (1998); equilibrio general y bienestar, Arrow (1972) y Debreu (1983); desarrollo, Myrdal (1974) y Schultz (1979); herramientas de análisis, Kantorovich y Koopmans (1975); econometría, Klein (1980) y Sims (2011); historia económica, North y Fogel (1993); economía internacional, Mundell (1999) y Krugman (2008); macroeconomía, Lucas (1995) y Sargent (2011); microeconomía, Coase (1992), Tirole (2014) y Mortensen (2016); teoría de los juegos, Nash (1994) y Schelling (2005), escogidos para esta cita al azar.

Desde 1969 también hubo “olvidados”. Uno de ellos el economista francés Edmond Malinvaud (1923-2015), autor de una reconsideración de la teoría keynesiana del empleo y de varios trabajos sobre equilibrio general y varias veces candidatizado al galardón.

En 2017 el Nobel fue para Richard Thaler, por sus contribuciones al análisis del comportamiento de los agentes. ¿Habrá sorpresas en 2018? Se comenta que es muy fuerte la candidatura del español Manuel Arellano (métodos econométricos y variaciones temporales) y la del inglés Sthepen R. Bond (predicciones económicas), entre varios otros. ¿Cambiará el “inventario” clásico? (O)