Dicen que no es aconsejable para la salud cívica de los pueblos honrar la memoria de los delincuentes con estatuas, templos, nombres de calles, plazas o escuelas y más sitios similares. Siguiendo esa línea, la Asamblea Nacional pidió al Gobierno que retire el monumento de Néstor Kirchner del edificio sede de la Unasur. El motivo fue la confirmación de la existencia de una red de corrupción manejada personalmente por el expresidente argentino con la ayuda del inseparable Julio De Vido (quien quedó a cargo después de la muerte del primero). La historia es truculenta y deja algunas enseñanzas.
Sorprende la minuciosidad del chofer que acarreaba los bolsos con la recaudación de las coimas. Registró cada recorrido, cada reunión, cada entrega e incluso compras de helados y conversaciones al vuelo. Es tanto el detalle que los fanáticos K –que, increíblemente, aún existen, como los RC de acá– lo ven como un infiltrado que sería parte de una maniobra conspirativa de potencias imperiales. Aunque fuera así, o que hubiera urdido una cuidadosa estrategia para chantajear en el momento adecuado, lo cierto es que nadie ha podido negar los hechos. La maquinaria de la corrupción está ahí, en los cuadernos del memorioso chofer que, a diferencia de Irineo Funes, el personaje de Borges que recordaba todo, debió escribir para no olvidar nada. Su prolijidad abrió las puertas a la justicia.
También facilita a la justicia la confesión de algunos de los empresarios coimeros. Frente a la evidencia de los cuadernos, se vieron obligados a acogerse a la reducción de penas a cambio de confesar su participación. Se justifican diciendo que fueron obligados a hacerlo. Pero para que quede clara su condición de sujetos activos bastará que el juez les pregunte si eran tan ingenuos como para no darse cuenta de que con ello eran parte de una trama corrupta. No pueden aparecer como angelitos extorsionados. Ellos fueron parte fundamental de la maquinaria, como fue Odebrecht a nivel continental y como han sido todas las empresas que han cedido a esas presiones. “¿O cuál es más de culpar, aunque cualquiera el mal haga: la que peca por la paga o el que paga por pecar?”, poetizaba hace más de tres siglos Juana Inés de la Cruz.
Dos enseñanzas pueden extraerse para nuestro caso. Una es que la Fiscalía debe buscar a los empleados del Estado llano, aquellos que entraron a la red corrupta por razones laborales y no ideológicas o políticas. Como el memorioso chofer, ellos no pueden ganar nada si protegen a los superiores. La segunda es que los empresarios que fueron presionados deben apresurarse a denunciar. Así podrán acogerse a penas reducidas y aprender una buena lección. Finalmente, quizás sea conveniente dejar el monumento donde está. Si lo quitan, dentro de un lustro nadie recordará al personaje y sus hazañas corruptas. Si lo dejan, con una leyenda que destaque claramente esa condición, posiblemente se lograría lo que los griegos y después los romanos denominaban ignominia. Recordar al delincuente y su obra para que no se repita. (O)