El fin no justifica los medios. La sentencia de la Corte Constitucional que deja sin efecto las reformas constitucionales con las que se pretendía afianzar el correísmo es una excelente noticia. El medio para lograrlo es aberrante y deja a ese mismo resultado sostenido en alfileres. Es la misma Corte que, hace poco más de tres años, aprobó el tratamiento de esas reformas en la Asamblea. Solo hay un par de caras nuevas en este organismo y ninguno de los que ahora se percataron de la inconstitucionalidad votó en ese sentido en aquella ocasión. De manera que no se puede decir que cambió la correlación de fuerzas interna o que alguno actuó en coherencia con su posición anterior. Más bien, como experimentados marineros de canoas artesanales, parece que mojaron con saliva el dedo y comprobaron hacia dónde soplaba el viento. Barlovento, sotavento, que el viento venga o que vaya, lo mismo da. Por sí solo se encargará de definir la dirección.
Claro que eliminar la barbaridad de considerar a la comunicación como un servicio público es un avance en la democratización, como corresponde a esta fase de transición. Devolverle a la Contraloría atribuciones para fiscalizar el logro de objetivos fortalece el sistema de controles y balances. Devolverles los derechos a los trabajadores del sector público es coherente con el principio de igualdad ante la ley y de protección de las conquistas laborales. Volver a establecer las funciones propias de las Fuerzas Armadas significa, entre otras cosas, eliminar una herramienta que estaba a disposición de cualquier tentación autoritaria. Restablecer las competencias de los municipios en educación y salud es un paso en el retomo al proceso de descentralización truncado por el centralismo personalizado (habría sido conveniente que aprovecharan para eliminar la denominación de “Estado central”, que denota la ignorancia de los padres y madres de la Constitución). En síntesis, eliminar esas reformas era una necesidad, porque ellas eran el parche que puso el correísmo en los huecos que se les habían pasado por alto a los sabios del cuarto clandestino de Montecristi. Todas la reformas del año 2015 estaban destinadas a perfeccionar el modelo autoritario diseñado, con la malicia de unos y la ingenuidad de otros, en esa Asamblea pintoresca.
Pero, seguramente todos esos resultados positivos quedarán en nada mañana, cuando cambie el sentido del viento. La misma Corte, sin ninguna vergüenza, como ha sido en esta ocasión, podrá dar marcha atrás y hacer los virajes a los que le obliguen los vientos políticos. Es evidente que la decisión no fue el producto de una meditación reposada y profunda sobre la base de principios constitucionales. De ser así, en junio del 2014 se habrían pronunciado en el sentido que lo hicieron ahora y habrían impedido que las reformas fueran tratadas por la Asamblea. Mayor oportunidad tuvieron en el 2015, cuando esta última aprobó las reformas y consultó sobre su constitucionalidad a la Corte. Todo bien, dijeron en esas ocasiones. En fin, las veletas sirven para saber hacia dónde sopla el viento, no para evitarlo. (O)