Mientras en Chile un terremoto de pedofilia, violaciones y abusos arrasa parroquias y catedrales de la Iglesia católica, acá se prenden las alarmas porque en los cuadernos de educación sexual de los colegios está agazapado Satanás. El elemento común a ambos hechos no es la religión como tal, sino una manera de entenderla. El oscurantismo, que perdió terreno gracias a acciones inteligentes como las que impulsó Juan XXIII, recobró bríos con la acción –también inteligente, pero siniestramente inteligente– de grupos de laicos que hacen del fundamentalismo su bandera. Los curas chilenos se ampararon en ese oscurantismo y muchos de ellos fueron entusiastas impulsores de aquellos grupos aparentemente renovadores. Es el mismo oscurantismo en el que se sumergen quienes quieren encapsular a sus hijos en burbujas para aislarlos de cualquier cosa que suene a sexo. Ni lo de Chile es cosa de un puñado de curas desequilibrados, ni lo de Ecuador es la opinión solamente de gente que aún está cursando la primaria. Allá se convirtió en una práctica generalizada en ciertos niveles, acá rebasó el ámbito de la beata de misa diaria. Poco favor le hacen unos y otros a su propia religión.

En nuestro caso, el que debió ser un debate nacional serio y responsable sobre la educación, desafortunadamente se convirtió en un tema religioso. En realidad, religioso según sus entusiastas impulsores, porque, a menos que haya alguna doctrina escondida por ahí, ningún teólogo serio podría sostener que enseñar y aprender aspectos básicos de la sexualidad tiene algo que ver con la religión. Es verdad que en los tiempos en que el catolicismo emanaba de templos sin ventanas y malolientes, la práctica y la simple alusión al sexo podían marcar el camino hacia la hoguera, pero también es cierto que el mundo ha avanzado algo desde entonces. Fundamentalmente, a la vida en sociedad se la despojó de los valores religiosos de cada persona para que todas, en conjunto, puedan regirse por una ética laica sin que ninguna imponga sus respetables creencias individuales. Es la secularización, que en nuestro país tuvo su hito en la Revolución Liberal.

Pero el oscurantismo en el debate de estos días no es monopolio de esos grupos. Están también quienes se declaran libertarios –o sea, liberales al cuadrado o al cubo–, que cierran filas con los sectores más retardatarios y se adhieren a esas posiciones. Lo hacen en nombre de la supuesta libertad que debe tener cada persona para escoger la educación de sus hijos. Sí, y lo dicen en serio, porque en su sabio entendimiento todo se arregla con la ausencia del Estado. Así, la educación sexual, las concepciones sobre las masculinidades o la comprensión de la diversidad sexual quedarían exclusivamente dentro de las cuatro paredes de la casa familiar. Para ellos es un accidente menor que existan casas familiares donde el padre, los hermanos, los tíos o los abuelos violan a niñas, niños y adolescentes. También considerarán asunto minúsculo que curas amparados por estructuras poderosas den rienda suelta a sus instintos salvajes mientras prohíben hablar de sexo. (O)