Desde que Rafael Correa dejó el poder, al día de hoy, ha ocurrido tanto en tan poco tiempo, que a ratos debo confesar que me parece mentira estar viviéndolo.

Se quedó sin procurador, fiscal, contralor, cancerbero en la judicatura, CNE, Corte Constitucional; sin mayoría en la Asamblea Nacional, sin CPCCS, medios públicos, troll centers e incluso, sin buenas ideas.

Digo esto porque quien fue indiscutiblemente el centro de la política ecuatoriana por una década, y a quien nadie puede negarle capacidad política, química y conexión con las masas, hoy incluso ha perdido esa magia.

Sus otrora grandes asesores y estrategas, que ya sin poder ni dinero han vuelto a la intrascendencia en la que siempre se movieron, ahora brillan por su ausencia, dejando a quien fuera el principio y fin de la revolución ciudadana, además de solo, acompañado por quienes cada vez que abren la boca despiertan la burla ciudadana y la lástima de los piadosos intelectuales, confirmando aquel aforismo que dice “... preferible solo, que mal acompañado…”.

Con una orden de detención a cuestas, el otrora líder del socialismo del siglo XXI deambula por el Viejo Continente, intentando convencer al mundo de ser víctima de una inexistente persecución política, mientras intenta recuperar todo el tiempo perdido con su familia, durante la extenuante década en la que gobernó a tiempo completo el Ecuador.

Y es en ese ambiente que un periodista local, aparentemente víctima de sus atropellos, lo localizó y filmó mientras compartía un momento con una de sus hijas.

Yo siempre he sostenido que la familia es sagrada; incluso la de quienes poco les importó la familia de otros, cuando gozaban del poder público.

Y no porque a Correa y sus bufones (especialmente al encargado de las perversas sabatinas repletas de odio) les haya importado un comino mi familia, cuando cobardemente me difamaron públicamente en varias sabatinas y enviaron a sus trolls a acosarme en redes sociales, yo voy a caer en lo mismo.

La tentación del ojo por ojo, diente por diente, está en la esencia del ser humano. Pero es precisamente en esos momentos en los que debe prevalecer nuestra esencia; en los que todo aquello que hemos recibido y aprendido en nuestros hogares y entorno familiar debe imponerse.

No creo tener la autoridad para cuestionar siquiera al periodista Cueva, ni a quienes lo han aplaudido. Creo que es muy fácil criticar, y mucho más difícil actuar cuando llega el momento.

Sin embargo, desde esta columna yo le deseo a Rafael Correa paz espiritual, armonía familiar y salud mental para entender lo que vive y lo que se le viene.

Ojalá esa fe que dice profesar lo colme de humildad, para finalmente comprender y reconocer todo el daño causado y recibir las consecuencias legales y personales que más temprano que tarde llegarán a su vida, como herramienta de reparación moral y espiritual.

Respeto a quienes sienten necesidad de devolver cada uno de los golpes recibidos. A quienes en redes sociales, con o sin razón, destilan el mismo odio que, teñido de verde, inundó el Ecuador por una década. Ojalá ellos entiendan que, sin querer, se parecen mucho a lo que dicen combatir.(O)