El fútbol tiene una dimensión festiva y, como institución, es propenso a lo mejor y lo peor de las invenciones humanas. Con esta premisa, el filósofo británico Simon Critchley considera que, a pesar del “sumidero de corrupción autocrática que es la FIFA, el órgano que controla el fútbol desde la comodidad burguesa de su sede de Zúrich”, prevalece la posibilidad de reconocer el esfuerzo colectivo, la labor en equipo. El fútbol, como otros deportes, hace de la colaboración la base del triunfo, pues, aunque un equipo exhiba talentos individuales, lo importante es la asociación armoniosa de los once jugadores.

En el libro En qué pensamos cuando pensamos en fútbol (Madrid, Sexto Piso, 2018), Critchley cuenta su experiencia como hincha del Liverpool FC, y recoge declaraciones de legendarios entrenadores para concluir que la sencillez –y la belleza– de este juego se basa en la acción de controlar el balón y de pasarlo, de controlar el balón y de pasarlo... Critchley lamenta que haya una estructura transnacional corrupta ya que el del fútbol es un espectáculo vendido al mercadeo. Las designaciones de las sedes de Rusia 2018 y de Catar 2020 fueron resultado de esta corrupción sistémica en la FIFA.

Una de las razones que explica la pasión futbolera es que, según Critchley, hay una poética del fútbol. Y es que asistir a un estadio es casi como ir al teatro: hay espectadores que ponen su atención en un escenario en el que se desarrolla una acción. La naturaleza del tiempo durante el juego se suspende ante todo lo demás, pues en los 90 minutos el futuro está abierto y cualquier cosa puede suceder, incluso –lo saben los fanáticos– en los últimos segundos. El momento del gol produce una euforia tal que un éxtasis sensorial colectivo se apodera del estadio. Por esto Critchley dice que “el fútbol es un deporte que obliga a meditar”.

Como invención de la modernidad, el fútbol es una mezcla de objetividad y subjetividad, es una mediación entre esas premisas que sustentaron la racionalidad moderna. También se basa en la ritualidad de la repetición pues cada juego es una repetición del anterior, sin que eso le quite la originalidad de lo imprevisto. Es más, afirma Critchley, “el fútbol es un drama más cargado de verdad del teatro”, puesto que aquel es un lugar de identidad: familia, tribu, ciudad, nación. Más aún: el partido no es para los jugadores sino para los hinchas. Por esto, también el fútbol revela la estupidez de los humanos.

El racismo, la xenofobia, el sexismo, el machismo y la imbecilidad, entre otras, son expresiones que se desatan en el estadio. También es insoportable que del fútbol se hayan adueñado más los empresarios millonarios que los aficionados: el mercado de pases es una exhibición insolente de capitalismo financiero. Además, hay horror en el fútbol, qué duda cabe, pero también el esplendor de instantes memorables. Pensando en la selección ecuatoriana, ausente de Rusia 2018, recojo una frase: “lo que te mata del fútbol no es la decepción, sino la esperanza constantemente renovada”, pues el fútbol más consiste en perder que en ganar.(O)