Pamplona es una ciudad bastante provinciana de España, ni grande ni chica, capital del viejo reino de Navarra, del que Felipe VI sería el VIII. No pasa nada en todo el año hasta que llega la fiesta de San Fermín, el 7 de julio. Desde el 6 y hasta el 14, la ciudad se transforma en un jolgorio desenfrenado. A las 8 de la mañana, por las calles de la ciudad medieval, se encierran los toros que se lidiarán a la tarde. Pero todavía se los encierra como se hacía cuando no había otro modo de llevarlos que corriendo delante de ellos desde el campo a la plaza de toros. Aunque se hace en otras ciudades y pueblos de España, el encierro es lo más conocido de Pamplona: un entrevero de mozos expertos y gringos borrachos corriendo adelante, a la par y detrás de seis toros bravos y unas vacas madrinas, por si se pierden. Los toros corren más rápido, así que en un momento te pasan y ahí está el vértigo. El día sigue completo: cada tarde se lidian los toros más bravos de España y cada noche hay un espectáculo imponente de fuegos artificiales. Pero lo más notable de las fiestas de San Fermín es que se toman millones de galones de alcohol entre vino, cerveza, pacharán, calimocho, clarete, sangría y gin-tonic, que está de moda.

En ese escenario, el 7 de julio de 2016 cinco andaluces, cuyo grupo de WhatsApp se llamaba La Manada, agredieron sexualmente a una chica de 18 años después de acorralarla en un zaguán que encontraron abierto. La chica los denunció pocos minutos después. Constan en el expediente 96 segundos de videos grabados por celulares y el chat del grupo desde el 7 al 9 de julio, día en que los agarraron. Además declararon ¡60 testigos! Gracias a –o por culpa de– los abogados de los cinco acusados, los hechos no quedaron tan lineales ni tan claros. Si tiene estómago puede buscarlos en internet y enterarse de los detalles, que le ahorro aquí por decencia y por la economía del espacio.

El jueves 26 de abril el tribunal de Pamplona dictó sentencia. El fiscal pedía entre 22 y 25 años por violación sexual, pero según dos de los jueces no hubo violación porque no encuentran probada la violencia que requiere toda agresión, aunque admiten que el abuso fue contra la voluntad de la víctima; para colmo el tercer juez quería absolverlos de culpa y cargo. La sentencia les impuso nueve años de prisión más cinco de libertad vigilada por abuso sexual, y una pena menor a uno de ellos por el robo y destrucción del celular a la víctima. Si las cuentas no me salen mal, los gamberros de La Manada ya están tramitando su libertad por tener cumplida la mitad de la condena gracias al cómputo doble de la prisión preventiva.

El día siguiente ardió España: manifestaciones de indignados en todas las ciudades contra la sentencia del tribunal de Navarra que prácticamente absolvió a los cinco violadores.

La pregunta es si la justicia debe obedecer a las leyes y dictarse según las íntimas convicciones de los jueces o debe oír al pueblo y fallar en consecuencia. Está claro lo primero, pero ¿qué pasa cuando los fallos de la justicia indignan a las mayorías? Recuerdo ahora por lo menos dos casos en la Argentina, en los que se agrega el condimento de que los inculpados eran hijos del poder que consiguieron complicar las causas hasta el infinito. También hay en la Argentina un caso de violación en el que un juez absolvió al agresor porque fue con la luz apagada...

Algún derecho tiene el pueblo en los sistemas democráticos representativos: el de elegir a los legisladores que sancionan las leyes que aplican los jueces. También eligen a los que eligen a los jueces, pero nada más. No deliberan ni gobiernan sino por medio de sus representantes, así que les queda protestar... y el juez que se deja influir, por el poder o por las masas enardecidas, no es un buen juez. Saben los magistrados que pueden equivocarse y por eso tienen que evitar al máximo toda injerencia ajena en sus sentencias: administrar justicia es una de las situaciones más elementales de soledad que puede haber.

También por eso necesitamos en nuestra América una Justicia independiente, pero sobre todo necesitamos jueces intachables y valientes en todas las instancias.

(O)

La pregunta es si la justicia debe obedecer a las leyes y dictarse según las íntimas convicciones de los jueces o debe oír al pueblo y fallar en consecuencia. Está claro lo primero, pero ¿qué pasa cuando los fallos de la justicia indignan a las mayorías?