La antipolítica manifiesta el hartazgo ciudadano de diversas maneras e intensidades. Es una mezcla de descontento y frustración hacia un sistema institucional que no satisface demandas mínimas, pero además carece de representación porque quienes están al frente como autoridades han perdido credibilidad y su legitimidad de origen ha sido cuestionada. ¿Cómo llegamos hasta este punto? De manera sistemática y permanente, en el sentido de que durante 10 años la mayoría de la población en las urnas giró un cheque en blanco a un modelo mesiánico de corte autoritario, que puso en lo más alto de la política la personalización exacerbada del líder como redentor de la patria y única alternativa.

Este modelo no es nuevo en el Ecuador, pues la historia determina en diversos periodos que la figura del caudillo y, en algunos casos, la del populista es recurrente. Por eso se habla del floreanismo, garcianismo, alfarismo, velasquismo y ahora del correísmo. ¿Esto qué significa en términos de cultura política? Que, indistintamente de la preferencia por un partido y muy rara vez de una ideología, prevalece como opción electoral un conjunto de características de las personas que luchan por el ejercicio del poder y aquello determina los resultados en las urnas y, por lo tanto, el modelo político. Una vez más, el entrampamiento de los efectos de este tipo de decisiones ha puesto al Ecuador en jaque mate.

La salida a este modelo no es sencilla, pues no basta con la indignación ciudadana y el rechazo generalizado hacia los políticos, quienes están en ejercicio activo u operando tras los micrófonos. Tampoco basta con decir que se vayan todos o, peor aún, cruzar los brazos con la esperanza de que el Ejecutivo desarticule una red que operó y sigue operando políticamente desde hace 10 años. Y aunque no se puede aplicar remedios caseros para la antipolítica, sin embargo el papel activo y efectivo de la ciudadanía será clave para exigir rendición de cuentas, cerrar el paso a quienes no cumplen con los requisitos para un cargo público y reinstaurar el sentido de representación para no quejarnos de quienes actúan en la Asamblea, el sector justicia e, incluso, algunos funcionarios del Ejecutivo.

La antipolítica puede presentar dos alternativas. O bien dinamita el sistema político en miles de fragmentos muy incómodos para juntar o abre los ojos a los ciudadanos y así apertura un sentido amplio de conciencia nacional, en donde cada uno se haga cargo de lo que corresponde para adecentar el sistema político. La tarea no es sencilla, por cuanto saltan diariamente casos de corrupción de varios sectores con el riesgo de que el país se hunda.

En este escenario se requiere salir de la zona de confort y dejar de mirar la realidad como un culebrón de telenovela que puede diluir la indignación ciudadana y convertir estos hechos en piezas de entretenimiento con altas dosis de morbo. Cuando la corrupción se mira como un elemento del sistema institucional, la política se desvaloriza en toda magnitud.

(O)