Chimamanda Ngozi Adichie es una escritora nigeriana nacida en 1977 que está empeñada en que no crezcamos determinados por una única historia; según ella, las historias únicas transmiten estereotipos que impiden ver la realidad de un continente, un país, un pueblo, una comunidad, una familia, una persona. Por eso la gran literatura –como todas las artes– revela que son indispensables varias perspectivas para entender apropiadamente un acontecimiento. Como novelista, su afán es contar historias africanas distintas de las que han inventado los autores occidentales para justificar el colonialismo.

Adichie también ha detectado los estereotipos que se han ido tejiendo en torno al feminismo y, para enfrentarlos, ha publicado Todos deberíamos ser feministas (2014) y Querida Ijeawele: cómo educar en el feminismo (2017). En el primero, llena de humor e ironía, cuenta cómo, frente al cliché, ha debido ir aclarando su posición, primero como “feminista feliz”, luego como “feminista feliz africana”, pasando por “feminista feliz africana que no odia a los hombres”, hasta llegar a definirse “feminista feliz africana que no odia a los hombres y a quien le gusta llevar lápiz de labios y tacones altos para sí misma y no para los hombres”.

En el libro más reciente, para propiciar una sociedad que asegure un tratamiento igualitario entre hombres y mujeres, Adichie razona sobre la necesidad de educar de una nueva forma a nuestros hijos e hijas. ¿Qué pasaría –pregunta– si a la hora de criar no importara si somos niños o niñas, sino que se le diera mayor relevancia a la capacidad y a los intereses de cada uno? La escritora tiene confianza en que la gente puede modificar ciertos patrones culturales para hacer de las mujeres seres humanos con derechos completos. Y afirma: “La cultura no hace a la gente. La gente hace la cultura”. Las normas pueden y deben cambiarse.

Para empoderar a las mujeres, Adichie siempre parte de la premisa: “Yo importo. Importo igual. No ‘en caso de’. No ‘siempre y cuando’. Importo equitativamente. Punto”. Por eso la educación por la que aboga es aquella que cuestiona los estereotipos que transporta la cultura. “‘Porque eres una niña’ nunca es una razón para nada. Nunca”, argumenta Chimamanda, reconociendo que lo principal en la casa y en la escuela es enseñar a ser independiente: “Enséñale que decir ‘no’ cuando ‘no’ le parece lo correcto es motivo de orgullo”, pues “cuando existe equidad real no hay resentimiento”.

La diferencia sexual existe, es un hecho biológico y cultural a la vez. Y en esto del feminismo tampoco hay una historia única. Ante el pedido de su amiga de cómo hacer de su pequeña hija una feminista, Chimamanda le responde: “Enséñale a que no haga universales sus principios y experiencias. Enséñale que sus principios son solo para ella, no para los demás. Existe solo una humildad necesaria: comprender que la diferencia es normal”. Y, para mejorar la búsqueda de una persona plena, a la futura joven le desea “que esté repleta de opiniones y que sus opiniones tengan un punto de partida fundado, humano y de amplias miras”. (O)