Muy pocas personas quieren reconocerlo, porque no conviene políticamente, pero más allá del contenido de cada una de las preguntas, la consulta es un referéndum sobre Correa. Con menos personalización, se sostiene que es el acto que debe dar inicio al fin de una etapa. Los impulsores de la consulta afirman que el voto ciudadano es la mejor herramienta para superarla y comenzar un periodo en que la tarea central será la recuperación democrática. Sostienen que, al haber controlado todos los poderes durante diez años, el correísmo tuvo todo a su favor para dejar incrustado su sello en todos los ámbitos de la política nacional. Erradicar esa herencia no es labor para un gobierno débil. Requiere del apoyo mayoritario y explícito de la ciudadanía, lo que se lograría con una alta proporción de votos favorables en la consulta.
No se puede negar que son correctas las premisas de las que parten quienes reflexionan de esa manera. Es verdad que se agotó aquella etapa, que es necesario marcar su fin y dar comienzo a una nueva, que el correísmo está enraizado y que el gobierno de Lenín Moreno es tremendamente débil. Sí, todo eso es cierto. Pero la conclusión no es necesariamente acertada. La consulta popular no era el único instrumento disponible, o por lo menos no lo era con los temas escogidos y sobre todo con los contenidos de las preguntas. Por lo menos cuatro de estas (reelección, Consejo de Participación, muerte civil y plusvalía) constituyen disparos directos hacia puntos que están debajo de la línea de flotación de Rafael Correa. Es lo que la convierte en un referéndum personalizado.
Cabe recordar que el objetivo central de todos los presidentes que han convocado a consultas ha sido su legitimación. Obviamente, algunos propusieron temas importantes, en los que la decisión ciudadana –a favor o en contra– fue fundamental. Pero eso no invalidó aquel objetivo central, que era la búsqueda de mayor aprobación para su gestión o incluso para su imagen personal. Por ello, cuando triunfaron sus propuestas se sintieron con el respaldo suficiente para tomar decisiones en asuntos complejos, pero cuando fracasaron sintieron cómo su propio gobierno se les salía de control. Si Febres-Cordero y Durán-Ballén hubieran sabido cómo les iba a ir en los años finales de sus respectivos mandatos, habrían evitado convocar a las consultas.
El presidente Moreno necesita más que nadie de algún instrumento que le permita ganar la confianza ciudadana. Tiene que hacerlo para poder tomar las medidas que, por su debilidad, permanecen en la congeladora. La consulta era uno de esos instrumentos, no el único. Pero ya que acudió a esta, pudo haberle dado otros contenidos. Sin duda para él era necesario desprenderse de Correa, pero la política tiene tiempos precisos, y este no era el momento adecuado para el enfrentamiento directo. No le convenía utilizar ese referéndum personalizado. Debía comprender que los votos afirmativos tendrán muchos padres y muchas madres, de modo que servirán de poco para la legitimación, mientras que el voto negativo tiene un solo padre. (O)