Fanny, una amable lectora, me solicitó que en este espacio me refiriera a la necesidad de reintroducir en los programas de estudio la moral, la cívica y la urbanidad. Expresaba su preocupación ante la creciente pérdida de valores. Definitivamente su inquietud no solo es válida, sino que toma fuerza ante la avalancha de escándalos de corrupción e inmoralidades que involucran a las más altas instancias de gobierno, a autoridades responsables de precautelar la integridad y honestidad en la gestión de la cosa pública. Definitivamente debemos cuestionar un sistema educativo que está generando profesionales antiéticos. Algo estamos haciendo mal cuando las actitudes antiéticas prevalecen tomando incluso tintes de normalidad. ¿Qué está ocasionando que estas actitudes se vuelvan comunes en nuestra sociedad y en particular en nuestros gobiernos y administraciones públicas? Cuando los antivalores se normalizan una sociedad debe mutar para mover sus cimientos, de lo contrario será arrasada.

En nuestro país la avalancha de escándalos de corrupción y manoseo descarado de las instituciones públicas asquea; como asquea ver a muchos funcionarios públicos rasgarse sus vestiduras ofendidos ante las denuncias de actos ilegales e inmorales, amenazando o enjuiciando a sus supuestos perseguidores, para luego fugarse o simplemente seguir negando lo evidente. Asquea ver que aquellos que fueron elegidos para velar por los derechos de los ciudadanos callan, se compinchan, negocian, defendiendo cínicamente a quienes deberían exigir respuestas evidenciando que prevalecen sus intereses políticos o, peor aún, que su “rabo de paja” los obliga a continuar defendiendo lo indefendible. Asquea que a pesar de la terrible, dolorosa y abyecta violación de cientos de nuestros niños aquellos que deberían enfrentar la justicia continúan disfrutando de privilegios sin siquiera ser cuestionados. Asquean funcionarios que, trastocando completamente su rol de representación de nuestro país, utilizan sus puestos para promover sus ideologías o intereses particulares, reverenciando a dictadores y solapando graves afectaciones a los derechos humanos. Indigna ver a un expresidente, responsable de la más grave desinstitucionalización del país y de una de las más inverosímiles crisis de corrupción de nuestra historia, vociferar que regresa a defender la libertad, el Estado de derecho, la honestidad; debería estar respondiendo ante la justicia, pero incomprensiblemente se pasea orondamente protegido por una guardia privada pagada por nosotros.

Este proceder falto de ética de muchos funcionarios públicos nos lleva a cuestionar todo nuestro sistema educativo. ¿Qué es lo que estamos promoviendo en escuelas, colegios y universidades que genera individuos con tan poca conciencia moral? Debemos cuestionar un sistema que se centra en impartir conocimientos técnicos o teóricos pero que ha olvidado que la verdadera educación debe ser integral, aquella educación que incluye los criterios, valores y principios éticos.

Niños y jóvenes deben caminar por un sendero de aprendizaje que equipare la adquisición de los conocimientos y habilidades con la formación ética moldeando su personalidad y carácter con principios y valores morales que rijan su comportamiento profesional y ciudadano futuro. La ética va desde respetar los espacios reservados en un bus público, el paso cebra para peatones, el puesto en una fila, hasta desempeñar honesta y cívicamente cualquier actividad que la vida y en particular la sociedad nos confíe. Un reconocimiento especial a Nelsa Curbelo por abanderar esa lucha. (O)