Eras adolescente y soñabas con ser distinta y especial, explorar el mundo, desafiarlo, caminar sola, poner a prueba tus poderes en las situaciones más extremas: aventuras. Tenías la cabeza llena de música, películas y libros. Demasiadas veces te habían dicho cómo comportarte: sumisa y obediente, pura y virtuosa.

Un día te rebelaste y creíste convertirte en una mujer libre, pero todos te llamaban “niña mala”. Creíste que construirías tu propio camino, pero lo cierto es que todavía te dicen cómo comportarte, solo que ahora son otros quienes te dictan las nuevas reglas, los que cuando te desvías de la senda te gritan: ¡puritana, beata, me gustas más cuando eres una niña mala, cuando rompes las convenciones, cuando te atreves!”… (¿cuando me atrevo a ser como tú quieres que sea?, se pregunta la niña mala en las brumas del alcohol). Te han atado esta vez con cintas de encaje negro y no con cadenas antiguas y pesadas, y son tan astutas las nuevas formas de controlarte que no las reconoces.

Cambiaste una imposición por otra. Caíste en la misma farsa que esas pioneras que hace más de cien años empezaban a renunciar a su papel convencional de madres y esposas sumisas. Pero el sistema es inclemente y no tardó en crear otra jaula de la cual resulta más difícil liberarse, justamente porque crea la ilusión de poder y autodeterminación: ay, flor del vicio, seductora. Esas femme fatal decimonónicas y románticas, con nuevos bríos y máscaras en los años 20 del siglo XX, ganando una miseria sobre los escenarios, liberándose sexualmente de la esclavitud a un solo marido para tener que vérselas ahora con el oscuro deseo de los seductores que las llenaban de flores y regalos a la salida del teatro, y luego esperaban impacientes su recompensa. Mujeres que por fin podían vivir solas y trabajar, pero que sin un “protector” que pagara el alquiler y les comprara un abrigo morirían de frío en las calles de Berlín y París. A la merced de las sombras acechando en los callejones. Mujeres con cigarrillo en mano y pantalones en las piernas convencidas de que el precio de su libertad se pagaba con una membresía de por vida en el club de los monstruos y los condenados. Todavía te dan a escoger solo entre dos papeles: Virgen María o Eva. Obediente, dulce y resignada en el cielo o condenada a ser por siempre un oscuro objeto del deseo: cómplice de Satanás.

Te han atado esta vez con cintas de encaje negro y no con cadenas antiguas y pesadas, y son tan astutas las nuevas formas de controlarte que no las reconoces.

¿Cómo puede ser posible que hoy en día en Ecuador, a un grupo de nuevas narradoras ecuatorianas, muchas de ellas brillantes, se las edite en una antología titulada “Señorita Satán”, con una diablilla sexy en la portada bajo la cual dice: “Cañonazo 2017”? Mademoiselle Satán, orquídea del vicio, la tentadora… ni siquiera la pluma de Carrera Andrade logró convertir tal cursilería machista en arte. En Alemania o cualquier país donde el sexismo no es pan de cada día, ese título y esa portada se considerarían (como mínimo) de mal gusto, passé, o se los llamaría por lo que son: machismo. ¿Por qué toda mujer brillante tiene que ser “peligrosa” y “perversa” con un toque sensual, como la Lulú de Wedekind, que te destruye pero te calienta? Solo así puede tolerar un macho el talento de una mujer, como una anomalía, un ángel caído al que puede integrar en sus oscuras fantasías…

Basta. Busca la verdadera libertad, mujer. Echarte al sol a comer una granada es más erótico que encerrarte en una taberna a beber vino y fumar rodeada de poetas feos. No te dejes dictar las normas por aquellos que afilan las garras mientras te dicen “ay, me encanta cuando eres una niña mala”. Observa a tu alrededor. Obsérvate a ti misma: no temas anhelar cosas a las que algún amargado les puso la etiqueta de “convencionales”. Tú mírate al espejo, escúchate y no tengas miedo de desear el amor, la maternidad, la seducción plenamente consentida y luminosa. No tienes que destruirte para ser especial y única, ni dejarte dominar por el deseo de un extraño para sentir la intensidad de la vida. Abre los ojos, observa, escucha, déjate acariciar por el viento y la luna, todas las emociones y pensamientos de la vida están ahí, en el bosque, en el mar, en los libros empolvados de una biblioteca.

Ser una niña mala es otra forma de ser una niña obediente, simplemente cambiaste de amo. Que no te convenzan de que necesitas el miedo, el desafío de aprender a lidiar con el deseo descontrolado de un extraño. Confía en el poder de tu propio deseo, dale una voz, lucha por un mundo en el que pueda expresarse en canciones y no a gritos. Sé una mujer libre, sensible, valiente y justa. También tú tienes derecho a la sabiduría y la serenidad. (O)