Cuando Julián Assange llevaba apenas dos meses encerrado en la Embajada de Ecuador en Londres, ya se barajó la posibilidad de otorgarle la nacionalidad ecuatoriana y nombrarle de inmediato para algún cargo del servicio exterior. A pesar de que era el tiempo de mayor desinstitucionalización de la Cancillería –cuando incluso se llegó al extremo de utilizar la valija diplomática para el narcotráfico–, la peregrina idea no prosperó. Alguien con una mínima dosis de sensatez advirtió sobre las consecuencias que tendría ese acto. Posiblemente habrá sido algún integrante del equipo del exjuez español, que asesoraba en el caso en esos días y que ahora deja sentir su ausencia. Lo cierto es que ni en los peores momentos del servicio exterior ecuatoriano se llegó a un extremo como el alcanzado con esta maniobra. Tan impresentable y perniciosa fue esta decisión que solo pudo realizarse en las sombras, a escondidas, como corresponde a un acto que linda con lo delictivo. Por ello, la vehemente negación de la ministra.
Un problema menor es si Assange es merecedor o no de la nacionalidad ecuatoriana. No cabe la sorpresa ni el debate, ya que esa condición es algo que se ha concedido a futbolistas y a fieles seguidores (nunca a escritores, músicos, artistas) con la misma facilidad que se regalan doctorados honoris causa. Aunque choque con el patrioterismo que inunda sus discursos, no está ahí el problema. Al fin y al cabo, uno puede nacer donde le da la gana, como decía Chabela Vargas y repetía –obviamente sin citar la fuente, como corresponde a los habitúes del Rincón del Vago– el nacionalizado que renunció recientemente a su cargo diplomático.
El problema de fondo es el intento de engaño. Seguramente se la concibió como una trampa en la que, gracias a la picardía criolla, caería el Foreign Office. Pero, para creer que con esa treta era posible engatusar a los británicos, era preciso considerarlos como unos incapaces que no podrían entender lo que se tramaba. Adicionalmente, quienes urdieron esta jugada no se detuvieron a pensar que se afectarían no solamente las relaciones con el Reino Unido, sino que el mensaje trascendería al mundo. La ministra, siguiendo la práctica correísta, podía negar las veces que quisiera frente a la prensa nacional, pero no podía controlar la información que saldría desde Londres. Sorprende que en los años que lleva en ese tipo de cargos no haya asimilado los principios básicos del convivir internacional.
Con esa maniobra se violan acuerdos internacionales y se socava la confianza en el Gobierno ecuatoriano, tanto afuera como adentro. Se erosiona el respeto que se espera por parte de otros países. Es el camino directo para llegar a merecer el calificativo de país insignificante que le otorgó el flamante ecuatoriano Julian Assange (que, como tal, no podría mantener la condición de asilado). Aunque la maniobra no llegó hasta el final, la reputación del país quedó por los suelos. A esto se suma la designación del señor Espinosa como embajador en Italia, que podría no recibir el beneplácito. (O)