Si la carta del exembajador Long hubiera llegado unas horas antes, seguramente el presidente Moreno habría enviado una terna diferente para llenar la vacante vicepresidencial. Es lo que se puede suponer porque cualquier lector –no se diga un presidente de la República con el apoyo de sus asesores– entiende, gracias a esa carta, que la participación de los ultracorreístas en el gobierno actual tiene como objetivo perpetuar el régimen de su caudillo. La exigencia allí expresada, que llega a la insolencia, con términos que parecen escritos en Bruselas y no en Ginebra, surge porque el presidente no ha cumplido, como esperaron, el papel de marioneta en manos del titiritero mayor. Por consiguiente, a los funcionarios correístas les corresponde el papel de guardianes de la fe y quintacolumnistas. Están ahí para que nada se mueva y que nada cambie. Al mínimo indicio en sentido contrario, su deber revolucionario será boicotearlo.

Más allá del caso de ese personaje secundario, que ahora renuncia a su beca para seguir haciendo lobby por su jefe, el problema de fondo es que el presidente no haya advertido la realidad de la colaboración de quienes hicieron de la sumisión su mejor carta de presentación. Es inexplicable que haya conformado la terna con tres ultras del correísmo duro, cada una de ellas con vueltas de veleta determinadas por la obediencia ciega al líder o por cumplir fielmente su función de quintacolumnistas. Se puede suponer que, en una interpretación andino-tropical de Maquiavelo, sus asesores pensarían que así se podía neutralizar al sector más radical de ese grupo y de esa manera se aseguraría el triunfo en la consulta. Un ejercicio de suma y resta les habría bastado para comprender que con esos nombres es mucho más lo que puede perder que lo que ganaría en apoyo para la consulta. Al correísmo duro le mueve la fe y no lo va a conquistar con racionalidades, mientras para gran parte de la mitad del país que no votó por él es un mensaje que crea desconfianza.

Si esa fuera la explicación –que, hay que insistir, no tiene asidero alguno–, significaría que Lenín Moreno privilegió el corto plazo y no se dio el trabajo en pensar en los tres años y medio que aún le quedan por delante. Incluso suponiendo que lograra ganar cómodamente la consulta, debería preocuparse por todo lo que puede hacer cualquiera de las tres militantes de la terna que resulte elegida (a la hora de escribir este artículo, viernes en la mañana, aún no se conoce el resultado). Va a tener a su lado o, más precisamente, a sus espaldas, alguien que estará a la espera del momento oportuno para cumplir con su deber revolucionario. Más que nunca, cobra actualidad lo del conspirador a sueldo, aunque para estar a la altura de los tiempos habrá que aplicar la equidad de género en el lenguaje. Como diría un dicho popular, es evidente que el presidente se metió un cangrejo en una parte muy sensible. Creó la quinta columna que actuará en su propia ciudadela. (O)