Desde finales del año pasado, el profesor argentino Pablo Maurette, radicado en Chicago, hizo una invitación a la comunidad virtual: leer desde el 1 de enero La divina comedia a canto por día, proyecto que por tanto nos mantendría ocupados a lo largo de cien jornadas, amparados bajo el hashtag que da título a esta columna. La lista de encendidos por este llamado se ha ido incrementando a lo largo de la primera semana de 2018, dispuestos a la disciplina y demostrándolo en los múltiples trinos que cada lectura produce.

Los primeros movimientos digitales revelaron la preocupación de encontrar una traducción digna –por mucho que Borges haya aconsejado leerla en italiano–, la versión original en verso o alguna prosificada, de esas que alivian el esfuerzo que exige la terza rima o tercetos encadenados, uno de los logros literarios de Dante Alighieri, allá por el siglo XIV.

¿Somos los lectores fáciles seguidores de cualquier propuesta o tiene sentido leer un clásico tan universal como poco leído en nuestros días? Cuando se acaban de hacer públicas numerosas listas de lecturas, yo misma pedía en Twitter que se acordaran de las obras clásicas, que en muchas de esas listas estaban ausentes. Convencida de la elocuente perennidad de ellas voy por mi propio camino lector ratificando cuántos referentes brotan en las nuevas lecturas (acabo de hacerlo en la proximidad del protagonista de El monarca de las sombras, de Javier Cercas, con el Aquiles, de La Ilíada), cuánto sostienen el mundo cultural que habitamos.

Don Quijote de la Mancha, Madame Bovary, las epopeyas de Homero, esta venerable Comedia que Bocaccio llamó “divina”, afloran como nombres sin el sustento de un discurso sólido que hayamos comprendido al vuelo de su metáfora o alegoría inmortal. Ya lo hemos suscrito: “Un clásico es una obra que jamás termina de decir lo que tiene que decir”, en palabras de Ítalo Calvino, por eso, la preocupación por la muerte y la finitud que ardía en la cabeza de Dante, sigue incólume en nuestros días.

Si los principales puntos del mundo grecolatino, medieval y cristiano asoman su rostro en la magna pieza del florentino, también se deja ver el libérrimo espíritu creador que por encima de las imposiciones del dogma imperante se abre camino hacia la capacidad de pensar, imaginar y simbolizar en una muestra de modernidad que solo puede saludarse con un sustantivo: el Renacimiento. Y herederos como somos de cualquier propuesta de libertad, nos apegamos a un texto que es antiguo y premoderno, que habla para cada uno de nosotros en la medida en que podamos saborear sus palabras e interpretar sus símbolos.

El 10 de abril se leerá el canto 100 y se celebrará la hazaña de saberse hermanados, como nunca antes, en la simultaneidad del hecho maravilloso e invisible de leer al mismo tiempo. Con proyectos como este nos reconciliamos con las redes sociales, admitimos que así como son espacio del más desparpajado exhibicionismo, de la más enronchante vanidad, puede dar cabida al diálogo enriquecedor y al conocimiento. Como dijo alguien por allí, por las redes transitamos tal como somos. (O)