Un buen pretexto para empezar la propuesta de esta columna es el tema del costo: los anuncios iniciales indicaban que la construcción de un sistema tranviario para Cuenca, como solución al problema de la movilidad pública y masiva –la ciudad ya cuenta con un número de habitantes mayor al medio millón–, era de 231 millones de dólares financiados en un 70 por ciento por el Gobierno Nacional y el 30 por ciento restante por el Municipio local. Pero la realidad es otra, en muchos aspectos.

El martes cinco de diciembre anterior, el alcalde Marcelo Cabrera suscribió un contrato para la terminación de la obra física del tranvía, con un consorcio francés que ha ofrecido entregarla en diez meses: al final –para cuando se conozca desde cuándo corren esos diez meses– la obra costará 272 millones de dólares.

Este costo se incrementó implacable en medio de las discusiones y confrontaciones electoreras entre la administración municipal anterior (Paúl Granda, actual ministro de Transporte y Obras Públicas, ejerció la alcaldía de Cuenca entre abril del 2009 y mayo del 2014), y Marcelo Cabrera (quien lo sucedió en el cargo hasta la actualidad). Hubo acusaciones gravísimas entre ellos, aunque hoy se sienten en la misma mesa.

También por incumplimientos en la entrega de los recursos comprometidos de parte y parte, otro aspecto que no se escapó del debate público mientras plazos y costos se elevaban.

Y ya que mencionamos el tema de los plazos, revisémoslos, pues costos y plazos influyen entre ellos: la construcción de un sistema tranviario para Cuenca fue una oferta de campaña de Paúl Granda. La Red Ferroviaria Vasca, de España, elaboró entre noviembre del 2011 y agosto del 2012 los estudios complementarios para el diseño final de este proyecto; allí se anunciaba el arranque para enero del 2013. La obra empezó en noviembre de aquel año con la “expectativa” de que esté en operación en mayo del 2015. La realidad es que según el último anuncio del alcalde Cabrera, el “sistema tranviario” estará en funcionamiento en noviembre del 2018, aunque esta sea otra expectativa: los milagros existen, más en periodos electorales.

La otra expectativa, la que más duele por su ausencia, es el bienestar de los ciudadanos. Porque la que le corresponde es una realidad insultante, una que muestra que a nadie importa la serie de negocios en quiebra; el descenso del turismo internacional; el insoportable problema vehicular por las obras paralizadas o a medio gas; los ritmos alterados de familias e instituciones, todo adormecido por esa infinita paciencia cuencana de la que se ha abusado estratégicamente.

La última expectativa creada para los ciudadanos, en medio de la parafernalia de la comunicación propagandística, nació este cinco de diciembre con una firma de contratos que incluyó una concesión humanitaria: la entrega de fotocopias del cronograma de obras “para que los ciudadanos sean los fiscalizadores”.

No. Una ciudadanía digna no se conforma con diminutos caramelos disfrazados de participación. Porque si esta vez la expectativa no se cumple, la realidad será otra, y se la plasmará en las urnas para sepultar en el olvido a todos quienes fallaron. A quienes ofrecieron “hacer todos los esfuerzos posibles, en los próximos días”.

Expectativa y realidad. (O)