A menos de 24 horas de que se inicie la farandulera presentación de los “nuevos medios públicos”, un mensaje urgente llegó desde Guayaquil a la sala de redacción del diario local –y “público”– El Tiempo: había que cambiar el eje de una noticia que reflejaba la inconformidad de los “frentistas” del trazado por donde pasará el tranvía, cuya construcción lleva dos años de retraso. Así, de un viserazo el eje noticioso giró 180 grados y se la tituló ‘EDEC y la banca pública apoyan a los frentistas’.

La intención, deduzco, era no pelearse públicamente con la administración local, pues el alcalde Marcelo Cabrera ya había apoyado mediáticamente la realización de una consulta popular, posición política que lo define en este nuevo escenario politiquero ecuatoriano. Ninguna novedad si es que sensatamente reparamos en el rol de los medios públicos desde hace diez años, solo que lo realmente peligroso es que ahora se autoproclaman “independientes” sin realmente serlo.

Pero esta introducción merece algunas aclaraciones: EDEC son las siglas de la Empresa Pública Municipal de Desarrollo de Cuenca, que a más de servir para alojar burócratas, nadie más sabe para qué se la creó; y lo del “apoyo de la banca” se explica solo. A lo largo de la ruta del tranvía se ha censado a 1.191 comercios directos (sin contar con las calles transversales), todos afectados –algunos de muerte– por una obra abandonada.

Lo de fondo: ante estas evidencias, pensar que los medios públicos van a cambiar es una soberana ingenuidad.

Tras su creación, los medios públicos se volvieron canales de distribución de la propaganda del gobierno y partido de turno. Es decir, se pusieron en la orilla diametralmente opuesta a la de los medios privados, pero para hacer exactamente lo mismo: manipular. Ahora que se los presenta “renovados”, se recurre a estrategias de engaño propias del marketing, en su afán de parecerse a los medios con finalidad de lucro: alfombras rojas, mensajes falsos (ahora sí ya cambiamos) y toda una parafernalia propia de la aplicación del “Conjunto de técnicas y estudios que tienen como objeto mejorar la comercialización de un producto”.

Pero no es todo lo que preocupa. Sino además que vayan, según declaraciones de un señor de apellido Michelena, de una cosa abstracta e inexistente llamada “objetividad”. Sí, lo leyeron bien: 20 años después de superada la discusión de la pretendida objetividad periodística, la noche del lanzamiento de los renovados medios públicos lo hicieron bajo el lema de la “búsqueda de la objetividad”. A confesión de parte…

Otra perla: lo hacen –la búsqueda de la independencia editorial y el encuentro con la objetividad periodística– luego de que el presidente Moreno hiciera pública su “voluntad política” de que así mismo sea. Es decir, nada se puede hacer sin la voluntad política de Carondelet, no solo en la década pasada, sino en el actual periodo.

Nada más urgente que repasar los conceptos básicos de la conformación del espacio público como la mesa en la que deben ventilarse los temas de interés común, superando las intenciones ingenuas de parecerse a los medios privados en lugar de ser el contrapeso a ellos.

Vuelvan a las aulas, por favor. La alfombra roja no lo es todo. (O)