Algunos participantes de la marcha del 14 de octubre reciente por el Frente Nacional de la Familia me pidieron que rectificara una línea que publiqué hace dos semanas, pues afirman que no todos ellos son católicos ni se consideran ‘radicales’. Expongo la aclaración y retomo mi exposición.

Jacques Lacan decía que el lenguaje precede a la constitución del inconsciente en cada ser hablante. En consecuencia, el lenguaje precede a la constitución de una posición sexuada como “hombre” o “mujer” en cada uno de nosotros. El género, como categoría fundamental del lenguaje, de la lengua y del habla, es anterior al posicionamiento como “niño” o “niña” de cada nuevo ser. A la vez, solo hay lenguaje en el homo sapiens: la única especie que posee un lenguaje propiamente dicho, y la única especie sexuada, aunque no la única dividida en dos sexos. Ello nos obliga a distinguir entre “sexo” y “sexuación” y a dilucidar una falsa aporía –en nuestra especie– entre género y sexuación del tipo “¿qué es primero, el huevo o la gallina?”.

Cada nuevo ser humano, al llegar al mundo, es inmediatamente hablado. Es decir, es inmerso en el habla, la lengua y el lenguaje de quienes lo rodean, y así se va inscribiendo progresivamente en su lógica y empieza a hablar. Desde esa inicial masa informe de rostros y sonidos, empieza a distinguir tempranamente a una “mamá” de un “papá”, a un “abuelo” de una “abuela”, a un “niño” de una “niña”. Como el lenguaje no es mera nominación de objetos, los nuevos seres aprenden poco a poco las reglas para la producción de significación y sentido, y ello incluye la incorporación del género. Este proceso es inseparable de aquel de la sexuación, es decir, del camino por el cual, a partir del registro y asunción de las diferencias anatómicas entre los sexos, las vicisitudes de su inicial vida amorosa con papá y mamá, y su inmersión plena en el lenguaje, en la ley de prohibición del incesto y en los códigos sociales, los nuevos seres construyen una posición sexuada como “niño” o como “niña”.

Es decir, cuando nacemos, advenimos al lenguaje y no hay precedencia del “género” sobre la “sexuación” ni viceversa: no hay tal aporía. Nacemos con una división anatómica y biológica entre “macho” y “hembra”, como la gran mayoría de especies animales y muchas vegetales, y eso es el “sexo”; pero la “sexuación” es el anudamiento del simbólico apalabrado, el imaginario social y el real de la diferencia anatómica y biológica. Aunque no soy experto en estudios de género ni tengo un doctorado en el tema, en mis lecturas de Judith Butler, Joan Copjec y otras autoras serias, jamás encontré algo que contradiga lo anteriormente expuesto en la columna de hoy. No veo por qué el “género”, como una categoría del lenguaje desde que nuestra especie habla, y anterior a los estudios de género que aparecieron hace más de medio siglo, contradiría o excluiría a la “sexuación”.

A menos que ciertos grupos interesados hagan uso de los estudios de género para fines distintos a aquellos que los originaron. ¿Qué fines originales y qué fines interesados? Seguiremos en dos semanas. (O)