Para conocer la historia, la historiografía; para llenar sus vacíos, escuchar diálogos, completar perfiles, la literatura: esos son los caminos que se complementan y enriquecen. En una inclinación irrefrenable por la novela histórica o por la que trabaja con sus materiales, Raúl Vallejo Corral publicó el año pasado su esfuerzo de 14 años de recopilación de datos y meditación sobre el velasquismo. Pero, prevengo al lector: si bien el fragor de las cuatro décadas de actividad política del gran líder del pueblo ecuatoriano resuena en sus páginas, la preferencia del autor va por el lado íntimo y subjetivo de su enorme protagonista.

José María Velasco Ibarra es el nombre con el que crecimos siquiera dos generaciones de ecuatorianos: sus cinco gobiernos –cuatro de ellos interrumpidos– instalaron en el país una forma de gobernar, una asunción mesiánica del poder y el crecimiento de círculos deleznables en su torno, que torpedearon las metas del presidente. Todo eso queda claro en la novela de Vallejo. Lo interesante es la elección de construcción narrativa que ha hecho para conseguir la creación de una nueva perspectiva, la del mismo Velasco.

Con estructura casi circular parte de 1979, año de la defunción de la célebre pareja: Corina del Parral en febrero, en Buenos Aires; José María Velasco Ibarra, en Quito, un mes después. Enclavados en el exilio –el presidente solo vivió en Quito en su juventud y en sus periodos de gobierno–, puesto a toda prueba el sentimiento que los unió, la novela sigue el nacimiento y recorrido de esa relación amorosa y le da lenguaje directo a través de inteligentes artimañas de construcción: cartas, diario, conversaciones, pensamientos focalizados en ellos. El paso del tiempo lo experimenta el lector con el vigor mental de quien sabe que el calendario y el reloj radican en la psiquis, por tanto, que la lineal cronología es imposible.

La novela tiene muchos méritos; su férrea construcción que no deja un hilo suelto haciéndole creer al lector que se asoma a textos íntimos, la ingente red de personajes con nombre y apellido de la política ecuatoriana, metidos en actuaciones propias de la desastrosa manera de asumir la responsabilidad pública, que ha caracterizado al Ecuador. La información brota de fuentes respetables –el autor las revela en un posfacio–, y una serie de interludios van mostrando un hilo personal de seguimiento hasta la revelación final, en la cual, apelando al instalado recurso cervantino de “inventarse” un autor y unos referentes, la novela muestra que en literatura todo vale.

En este todo, en el que las piezas van encajando en la medida en que el lector no se distraiga –el universo narrativo es enorme y tal vez por eso se ancla a ratos en algunas repeticiones– una escena es memorable: el encuentro entre dos ancianos emblemáticos, Velasco Ibarra y Jorge Luis Borges, escucharlos conversar en una cafetería porteña, cuando ya gobiernan los militares en Argentina, dando un repaso a la política mundial y hechos próximos, nos regala páginas excepcionales.

Vallejo ha escrito cuentos, novelas, ensayos, poemarios, sin interrumpir jamás su vida literaria pese a su incursión en la política. Esta, que bien podría ser su mejor obra, lo confirma en el puesto de los autores indispensables. (O)