Nos cuesta entender la cada vez mayor deshumanización del hombre.

La racionalidad se ha ido subordinando al instinto, cada cual defiende su ánimo expansionista invadiendo espacios ajenos y usando a los dominados como trofeo de la desigual batalla entre los fuertes (destinados a sobrevivir) y los débiles (destinados a desaparecer). No tiene valor la vida porque se le ha puesto precio, vales por lo que tienes, no por lo que eres. En muchos escenarios políticos, religiosos, sociales, económicos, laborales, educativos, etcétera, los principios son obsoletos. Ciertos padres crean patrones de conducta que heredan sus hijos, sobre los cuales no tienen autoridad. Una nueva corriente transmisible se instaura ?facilitada por la tecnología de la comunicación que permite de forma muy didáctica (audiovisual) y explícita, que “modelos” de mucho raiting expongan con impudicia y alarde su privacidad y bajezas; consumida por niños y adolescentes que cumplen al pie de la letra consignas de un planificado propósito de degradación social. Sumamos las “empresas” de la droga, cuyo objetivo es tener jóvenes e infantes dependientes, son la clientela cautiva del lucrativo negocio que se oferta por medios y libremente en las calles.

Se han confundido las acepciones de los opuestos morales: bien y mal; natural y antinatural. Conciencias se ofertan al mejor postor mientras la verdad es prisionera de la mentira a los más altos niveles, porque el engaño es el camino para tomar el poder, obligando a ser parte de ese círculo vicioso, ya que es la única forma de sobrevivir en el superpoblado mundo de los débiles. Basta ver los noticiarios de los medios, de lo que sucede a estudiantes de escuelas y colegios; de hogares disfuncionales; de ciertos representantes en asamblea o de líderes sociales y políticos, para aceptar que caminamos hacia una sociedad decadente que rebasó los límites y existe una confabulación societaria con fines de lucro, porque todo tiene precio. Estoy convencido de que el mundo no se terminará por los fenómenos naturales o las guerras, sino porque lo estamos destruyendo con nuestras conductas degradantes.(O)

Joffre Pástor Carrillo, profesor, Guayaquil