Antes de la posesión de Lenín Moreno muchas personas suponían que su gobierno sería la continuación del anterior. Quienes así pensaban aludían a sus silencios sobre temas fundamentales, a los anuncios iniciales sobre su equipo de gobierno y a la permanencia del expresidente como figura predominante en el escenario político. Creían posible que, a pesar de que los caudillismos tienen marca registrada, con él se inauguraría el correísmo sin Correa. La diferencia de estilo era lo único que aceptaban como potencial diferencia, aunque también a esto pusieron reparos cuando se produjo la famosa recriminación al periodista que no lo trató como presidente electo. En síntesis, había suficiente materia para pensar de esa manera.
La gran interrogante en esos días giraba en torno al manejo de la economía. Cualquier persona medianamente informada sabía que lo de la mesa servida era una farsa y que el espejismo de la recuperación se debió a la deuda adquirida para enfrentar la campaña. Por esa certeza, que se apoyaba en las cifras reales, crecían las dudas ante la falta de pronunciamientos por parte de quien tendría que hacerse inmediatamente cargo del problema. Este tema, el económico, se convirtió en la brújula que indicaría la dirección del Gobierno y en el termómetro que marcaría el estado de su propia permanencia. De lo que hiciera y lo que dejara de hacer en ese campo dependería no solamente su éxito o su fracaso, sino su capacidad de llegar al final del mandato. Más que el riesgo del descontento social y de una oposición que siempre apareció desarticulada, la amenaza era el fantasma del antecesor. Con su habilidad oratoria y cifras maquilladas pretendía dejar clavada en la memoria colectiva la bondad de sus políticas económicas. Así como se apropió de muchas cosas, trató de apropiarse también de los efectos positivos de la bonanza petrolera.
En esas condiciones, a Lenín Moreno no le quedaba mayor espacio. La suya podía ser una presidencia insulsa, que se dedicara a administrar la crisis y arreglar la casa para que retorne el propietario o, por el contrario, un gobierno decidido que abordara directa y resueltamente la situación. Escoger esta última opción significaba ir hacia el enfrentamiento con Correa. Esa fue la dirección que tomó. Por cálculos o porque la situación era insostenible y no podía hacer otra cosa, puso sus esfuerzos en el campo político. Intencionadamente o no, allí ha ido creando condiciones adecuadas para las medidas que deberá tomar. Las denuncias de corrupción y la tozudez (en gran parte complicidad) del correísmo dentro de Alianza PAIS crearon un marco que sin duda le favorece. Ha logrado evitar las salpicaduras de las mafias que actuaban a sus anchas y con ello ha establecido un límite preciso. Si logra mantenerlo y profundizarlo, podrá ser el punto de partida para el nuevo alineamiento de fuerzas tanto políticas como sociales que requiere para los siguientes pasos. Los primeros cien días no han sido de luna de miel. Lo que sigue será más duro, con el tema económico en el centro. (O)