Estoy en las Ramblas. Llegué recién desde Ecuador. Sabía que apenas llegara a Barcelona tenía que caminar, una vez más, pero ya no como siempre, este tramo en el que fueron asesinadas catorce personas el jueves 17 de agosto, y heridas más de un centenar, por una camioneta conducida por un asesino yihadista. Iba a ser peor todavía: el día anterior había explotado accidentalmente en Alcanar, un pueblo ubicado a doscientos kilómetros al sur de Barcelona, un depósito de casi cien tanques de gas. Las primeras investigaciones del juez Fernando Andreu con los terroristas capturados revelan que preparaban atentados con bombas –y clavos como metralla–, y uno de cuyos objetivos habría sido la iglesia de la Sagrada Familia, lugar de los más visitados en Barcelona.
Poco o nada les importaba a los yihadistas la situación política actual de España, con el inminente referéndum por la independencia de Cataluña este primero de octubre. Herir y matar en Barcelona les permitiría atraer la atención del mundo. Por desgracia fue así: las víctimas pertenecen a más de treinta nacionalidades. Pero la planificación escrupulosa de los atentados no excluye que hayan hecho consideraciones políticas al respecto. En los atentados en las estaciones de tren de Madrid del 11 de marzo de 2004, las elecciones presidenciales ocurrieron dos días después. La pésima gestión del gobierno de Aznar –que atribuyó en un comienzo el atentado a ETA– favoreció su pérdida electoral ante el líder de la oposición socialista de aquel entonces, José Luis Rodríguez Zapatero. Suena muy lejos, trece años atrás, pero ocurrió a la vuelta de la esquina. Y lo que más recuerdo es que en Barcelona el sentimiento de pesar fue enorme. Frente a la desinformación de los medios de Madrid, era un alivio ver cómo los canales de televisión catalanes eran mucho más rigurosos y daban por cierto un ataque yihadista más que la versión de que habían sido etarras.
Cambiaron los tiempos. La televisión y la prensa catalanas perdieron ese prestigio de rigor y objetividad: abducidas por el proceso independentista, casi no es posible ver estos noticieros y, salvo algunos periodistas, los medios catalanes se han vuelto un instrumento político. Sin embargo, el dolor del resto de España por lo ocurrido en Barcelona no ha sido menor. Y es que no es solo cuestión de solidaridad: esta ciudad está atravesada por migraciones de toda España y del mundo.
Camino por las Ramblas y en ese recorrido de quinientos metros de miedo que hizo la camioneta asesina hay varios homenajes de velas, flores, mensajes, y cientos de objetos más que la gente, con horror, con pena, con miedo y vergüenza de la atrocidad asesina, trata de dejar como rastro para que no se olvide a las víctimas. Hay dos grandes cúmulos, uno al inicio de las Ramblas, del lado de Plaza Cataluña, y otro al final del trayecto donde se detuvo la camioneta, a la altura del Gran Teatro del Liceo. También hay pequeños cúmulos a los costados, junto a árboles o postes, donde cayeron las víctimas. Los mensajes están escritos en varios idiomas. En uno de ellos han pegado decenas de post-it en un armazón de madera que protege un arbolito. Uno de ellos dice: “No + miedo. Ecuador está contigo, Barcelona”. Hubo dos heridas ecuatorianas en el atentado, y la población inmigrante de Ecuador en Cataluña es muy grande y lleva casi veinte años.
Un hombre está parado al lado de uno de los homenajes y sonríe al público. Cada cinco segundos se acerca una persona –en su mayoría mujeres– y abraza al hombre. Leo un letrero al pie que dice en inglés: “Soy musulmán, no terrorista, y quisiera darles un abrazo”.
Hasta en los árboles se han escrito mensajes. Uno en inglés dice: “Ateísmo es libertad”. Y claro, estos atentados son consecuencia de una ideología religiosa. Al norte de Barcelona, en el pequeño pueblo de Ripoll, se atribuye a un imán, Abdelbaki Es Satty, la creación de la célula yihadista. Dicen que vivía al lado del monasterio de Ripoll. He visitado este monasterio por su impresionante pórtico románico del siglo XI. Lo curioso, o lo repetitivo de la historia, es que el monasterio fue fundado a fines del siglo IX y se convirtió en lugar de enterramiento de los condes de Barcelona. Su fundador, Guifré el Pilós (o Wifredo el Velloso) moriría el 11 de agosto de 897 en un ataque musulmán de Lubb Ibn Muhammad a Barcelona.
Uno de los mensajes en las Ramblas es una cita de Tahir ul-Qadri, el escritor y activista pakistaní: “Debemos destruir el demonio del terrorismo con la espada del conocimiento”. Es el fundador de Minhaj ul Quran International, una organización antiislamista con sedes en varios países. Junto a la cita de Tahir ul-Qadri, alguien añadió a mano: “Y denunciando a los terroristas colaborad! Haced algo en las mezquitas!”.
La sensación de persecución y acoso debe ser atroz entre los musulmanes. Un hombre está parado al lado de uno de los homenajes y sonríe al público. Cada cinco segundos se acerca una persona –en su mayoría mujeres– y abraza al hombre. Leo un letrero al pie que dice en inglés: “Soy musulmán, no terrorista, y quisiera darles un abrazo”.
Aquí es donde me quiebro, frente a este hombre solo que experimenta el miedo de saberse observado con desconfianza. Que debe demostrar que la fatalidad le cayó por encima de sus deseos de paz, de su sonrisa, de su exponerse sin nada más que él mismo en este paseo de las Ramblas donde se ha cumplido, una vez más, el horror de los asesinos rendidos a una ideología de odio, como tantas ideologías que culminan siempre en el odio hacia los otros.
Los catalanes han repetido este lema de resistencia: “No tinc por” (no tengo miedo). Quisiera creerlo, pero no puedo. Me suena falso. Basta caminar por sus calles, como este tramo que he recorrido durante diecinueve años que llevo viviendo en Barcelona y en el que no pasé, por pura casualidad, como mucha otra gente, ese día del horror. Así resulta caminar por Londres, París, Bruselas, Niza, y los demás blancos abiertos e irracionales del odio. Todos tienen miedo. (O)