Todos conocen, o deberían conocer, a la pintora ecuatoriana Araceli Gilbert. Y si no la conocen es que algo falla no solo en la misma educación de este país, sino en la cultura en general. Que a estas alturas una pintora del talento y originalidad y conexión con su época –a nivel mundial– no tenga todavía un museo dedicado a su obra, más que un indicio es una prueba concluyente de lo dicho y, además, otra muestra de la marginación en la que continúa el trabajo intelectual y artístico de las mujeres.

Si eso ocurre con Araceli Gilbert, de quien es palpable su talento y del que existen cientos de obras –algunas dispersas y otras ignominiosamente guardadas en bodegas sin ver la luz que necesitan sus geometrías y líneas luminosas– ¿dónde quedaría la posible figura de la crítica de arte quiteña Agnès Caamaño? Esta pregunta es la que se plantea la curadora y artista Clío Bravo en la exposición Tras los pasos de Agnès Caamaño, y que solo permanecerá abierta hasta este sábado en la galería No Lugar en Quito. Se trata de una pregunta de varios niveles. De hecho, lo más sorprendente es que en esta exposición hay un cuadro de Araceli Gilbert y que es, a su manera, el corazón vivo del archivo Caamaño.

¿Qué se sabe de Agnès Caamaño? En realidad, ¿qué se sabe (y cuándo) de muchas voces y pensadores que se descubren incluso después de que hayan muerto? Más que por el saber en sí mismo, el acto de conocimiento empieza por un acto de fe e ilusión. Quien rescata la memoria de aquellas voces y pensadores comete una invención: debe seleccionar y resumir los hitos de una vida. Y así el lector empieza a creer. En este proceso siempre surgen varias preguntas paralelas y silenciosas: ¿por qué no se supo antes sobre esta persona? ¿Por qué llega ahora y gracias a quién? ¿Quiénes fueron los que por intención u omisión o pereza dificultaron que su voz llegue en vida?

Clío Bravo, en el recorrido biográfico de Agnès Caamaño, puntualiza las fechas de dos libros: el del famoso crítico de arte Clement Greenberg, Vanguardia y Kitsch, publicado en 1939, y de la misma Caamaño, Vanguardia en América, tesis doctoral sustentada justo un año antes. El de Greenberg es el libro conocido y canónico; el de Caamaño, no. Si bien no se puede atribuir todo a una época, es cierto que en cada una de ellas operan dominantes que restringen la mirada hacia ciertos puntos distintivos. Esto que indico es un detalle menor, pero ahí opera lo que ocurre con Caamaño, Gilbert y muchas voces de escritoras y artistas: no se incentivó la curiosidad hacia el trabajo realizado por mujeres. Quienes asumen esta conciencia y dan puerta abierta a esta curiosidad perciben claramente que tienen que hacer un esfuerzo extra para llegar a esas obras. No se facilitan los canales para acceder al trabajo intelectual y artístico de las mujeres.

Más que por el saber en sí mismo, el acto de conocimiento empieza por un acto de fe e ilusión. Quien rescata la memoria de aquellas voces y pensadores comete una invención: debe seleccionar y resumir los hitos de una vida. Y así el lector empieza a creer.

En este sentido, la vida de Agnès Caamaño es ejemplar sobre lo que ocurrió en el siglo pasado. Nacida en 1912 siguió todos los pasos de una formación cosmopolita. Estudió en la Sorbona tres años, luego se fue a Nueva York, donde publicó en 1954 su libro Cubismo y arte abstracto, y en 1957 dirigió la exhibición This is Art en el MoMA. La tragedia también se vuelca sobre ella: se suicida en 1986 en Nueva York, y es doble su tragedia: ese mismo año el famoso crítico Alfred Barr publica un ensayo con el mismo título del de Caamaño: Cubismo y arte abstracto. Nadie recuerda el libro de Caamaño, todos pueden acceder al de Barr.

Es imposible resumir aquí los detalles de la vida de Caamaño. Hay que ver la exposición curada por Clío Bravo. Descubran a la amiga de Caamaño, Sisag, otra artista desconocida. Descubran la performance de Caamaño borrando las páginas del libro canónico de Gombrich, Historia del arte, donde no hay artistas mujeres, pero donde no borra las obras antiguas sin atribución, porque allí podrían haber participado mujeres. Miren la portada de Time con el retrato de Agnès Caamaño. Palpen esas cartas manuscritas, salvajes y enloquecidas, como si solo allí, en esos ríos de tinta y papel fuera posible la vida real que el mundo imposibilita. También descubran los parecidos estremecedores que hay entre Agnès Caamaño, Clío Bravo y Sisag, como si el mismo e incomprendido cuerpo y rostro y mente de mujer protagonizara la misma exclusión. Porque eso es la parte importante de esta exposición, el empeño y el detalle en el que Clío Bravo ha puesto de sí para hablar sobre otros. Pero también ha puesto una crítica relevante en otro sentido. Todo en la exposición revela los códigos establecidos para el arte destacado del siglo veinte: las rutas de formación (París, Nueva York), el idioma canonizador (inglés), los puntos de validación mediática (revista Time, MoMa), y hasta los cierres trágicos: incomprensión y suicidio. Hay una sutileza subversiva en esta exposición del archivo Caamaño: se agotaron esos caminos interpretativos, porque solo permitieron ver un tipo de arte. Hay que tener fe a nuevas rutas y nombres.

Por supuesto, querrán buscar libros de Agnès Caamaño. Querrán saber, también, dónde se puede encontrar una sala de museo dedicada a la obra artística de Araceli Gilbert. No van a encontrar ni lo uno ni lo otro. En librerías les dirán que no hay libros de Caamaño. No desesperen. Vayan a ver su exposición y entenderán por qué no hay libros, y de paso verán un cuadro de Araceli Gilbert. Pero si ya fueron a la librería, miren y descubran las decenas de Agnès Caamaño que siguen invisibles para ustedes y háganse la pregunta que preocupa a Clío Bravo: ¿por qué se ocultan tantas voces? ¿Qué es lo que realmente vemos y escuchamos? Si no se aprende a escuchar las voces de mujeres despiertas, el mundo no estará iluminado. (O)