Con dos mensajes contundentes, Alianza PAIS le hizo saber a Lenín Moreno que el campo en que puede moverse es sumamente estrecho. La negativa del Consejo de Administración de la Legislatura al enjuiciamiento político del vicepresidente y el revuelo armado por el nombramiento del director de El Telégrafo, fueron señales enviadas directamente al presidente. Es verdad que son dos hechos muy diferentes e incluso se puede pensar que el primero tenía como destinatarios a los partidos de oposición, pero en realidad era ropa que se lavaba dentro de casa. La habilidad consistió precisamente en presentarlos como una pelea hacia afuera.

A ningún presidente le conviene tener en la vicepresidencia a una persona que está bajo sospecha, y Jorge Glas es eso, una persona bajo sospecha. Esto no equivale a decir que sea culpable de los actos de corrupción denunciados. Incluso aunque fuera todo lo inocente que se pueda imaginar, para alimentar esas sospechas es suficiente su presencia en los más altos cargos en las instancias donde se convirtieron en prácticas comunes las coimas, los sobreprecios, los concursos amañados e incluso la creación de la novedosa figura de ministros-consultores. Los jueces, cuando sea el momento, estarán obligados a respetar la presunción de inocencia, pero la política no se rige por ese principio. La sospecha, por sí sola, es suficiente. Por ello, a Lenín Moreno le conviene desembarazarse de Jorge Glas y el juicio era una oportunidad ya que la oposición habría podido decir lo que, por estrategia, él y los suyos deben callar. AP se lo impidió, pero con ello echó también más sombras sobre el vicepresidente. Se salvó, por supuesto, pero no por méritos sino porque prefirieron la rústica aritmética del CAL y no la más complicada matemática del pleno, donde más de un militante altivo y soberano podía flaquear en el momento de votar.

El juicio se podía constituir en un golpe demasiado duro para el correísmo, no solo porque constituiría la aceptación implícita de la veracidad de las acusaciones, sino sobre todo por la cercanía que existe entre el vicepresidente y el expresidente. Glas es la cabeza del correísmo más duro, aquel que acusa a Moreno de traición. Los golpes que recibe Glas provocan moretones en Correa, y el juicio político habría sido uno muy fuerte, aun suponiendo que la votación le hubiera favorecido. El mayor riesgo no era que se repitiera la torpe defensa que hizo cuando lo recibieron con alfombra roja en la Asamblea, sino que se hicieran evidentes las fracturas en AP. Había que lavar la ropa dentro de casa y de esa manera no darle oxígeno al presidente.

En lo de El Telégrafo aún no se sabe quién será el ganador, Moreno o los correístas, pero ya está claro que estos no están dispuestos a ceder un milímetro en temas vitales, como el control de los medios públicos. Según los correístas, estos deben seguir siendo medios partidistas, con militantes vestidos de periodistas y consignas en lugar de noticias y de análisis. Quedan claramente marcados los límites de la apertura. (O)