Escribir en la página editorial de un diario es privilegio, consciente responsabilidad, razón por la que doy mucha importancia a los mensajes electrónicos de mis lectores. Unos se identifican, pocos discrepan, respeto las ideologías positivas, trato de comunicarme con personas de diversas filosofías o religiones, es absurdo polemizar, tratar de imponer nuestras propias visiones. Sigo mi camino, no me siento en posesión de ninguna verdad absoluta, solo sé que soy mortal, falible, de pronto frágil en mis conceptos, creo en el evolucionismo que se inicia con el descubrimiento del fuego y de la rueda, creaciones artísticas (manos aplicadas), pinturas rupestres, lamentablemente las primeras armas mortales, hasta las fabulosas hazañas de la ciencia moderna.

Vengo, como todos, de ancestros prehistóricos empeñados en crear dioses a partir de fenómenos naturales. Admiro a todos quienes llevan una vida coherente en acuerdo con los preceptos que les parecen acertados. Tengo amigos y parientes profundamente católicos, viví cinco años en medio de musulmanes, los acompañé en el ayuno del Ramadán, no por convicción sino por solidaridad, me sucedió en el pasado adoptar retiros espirituales en monasterios, reuniones con testigos de Jehová, encuentros con gurús orientales. Existe un denominador común entre lo que enseñaron Buda, Jesús, Gandhi, Martin Luther King y otros pensadores. Tengo plena conciencia del verdadero tamaño de la Tierra entre trillones de estrellas, sé que la sonda Voyager One se halla a 20.700 millones de kilómetros de nosotros, lo que reduce mi tamaño o el de mi eventual vanidad a la más risible insignificancia.

No creo en la vida post mortem, no espero recompensa ni temo castigos, trato de convertirme en un ser humano consciente, intento hacer bien lo que me toca realizar a sabiendas de que puedo morir en cualquier momento. Creo que la lucha diaria constituye mi destino: motivo suficiente para justificar mi empeño. Comparto con Van Gogh la existencia de un solo pecado que es hacer daño, lamento más y más haber podido tantas veces lastimar a otros en el largo trayecto de mi existencia. Ahora me resulta más difícil enjuiciar a los demás como pueden enjuiciarme a mí. La vida social a ultranza nos aleja de nuestra esencia, intento no dejarme sumergir en el consumismo, la moda, la doble moral; me sucedió ser profundamente egoísta sin siquiera darme cuenta, cometí repetidas veces los mismos errores, tropecé con las mismas piedras, tomé en serio mis efímeros éxitos, se me infló el ego, llegué a ser pendejo (la vejez puede convertirse en lamentable crisis de originalidad juvenil). Pienso que el amor lleva en sí su propia justificación, que el odio es una pasión inútil o devastadora. No creo en apariciones, duendes, ángeles o demonios, lamento que los humanos puedan matarse entre sí tan solo por no compartir las mismas creencias. Sé que el papa y la reina de Inglaterra van al baño como todos los mortales, tanto el fanatismo como el fundamentalismo son exaltaciones de la misma terquedad, creo que la duda es la piedra angular de toda búsqueda honesta. Dudo luego existo, sin por eso descartar a Descartes. (O)