En sus primeras manifestaciones sobre el sector agropecuario, el presidente reconoció la necesidad y la urgencia por su rehabilitación, e hizo un llamado a los protagonistas para que aunando esfuerzos y objetivos pudieran alcanzar la tan ansiada reactivación; a esta iniciativa la llamó “gran minga agropecuaria”.

Apenas inaugurado el cargo y la responsabilidad que le fuera conferida, es comprensible que las buenas intenciones estén definidas más por emociones que por realidades, pero ya no hay tiempo para ello, el olvido persistente que arrinconó al sector agropecuario nos obliga a la premura por su rescate, y sin desmerecer actitudes sensibles debemos alertarle de que la poesía y la ternura pueden ser válidas para los discursos, pero las decisiones por asumir y las consecuentes acciones por emprender tienen que ser prácticas, fundamentadas, sostenidas y predominantemente técnicas.

Las mingas son en efecto lindas y emotivas expresiones de solidaridad y compañerismo, y sus ejecuciones son en verdad efectivas y provechosas; pueden incluso ser un ejemplo para unificar voluntades por un mismo fin, pero no puede resumirse en ello una política de Estado y menos cuando nuestro sector agropecuario ha sido relegado por los últimos gobiernos de turno.

Todos los trabajadores agropecuarios: grandes y pequeños, blancos y mestizos, cholos e indígenas, agricultores y ganaderos, acuicultores y pescadores, agroindustriales y de servicios, todos ellos vienen trabajando denodadamente a golpe de su propio esfuerzo, y se mantienen en la actividad a pesar del futuro más bien incierto; los grandes, porque tienen inversiones y deudas muy fuertes que no pueden abandonar, y los pequeños, porque ese pedacito de tierra es lo único que tienen y lo defenderán con su propia vida. Así que la decisión y la entrega están allí, ellos han cumplido su parte, ahora le toca al Gobierno trocar por realidad los versos y las promesas que vendieron en sus cruzadas proselitistas.

Y como la identificación de errores debe complementarse con propuestas de solución, lo primero es aceptar que las herramientas para la rehabilitación tiene que ponerlas el Gobierno, y para eso se debe comenzar por formar un equipo técnico de probada capacidad y experiencia, pues no se pueden corregir yerros sin conocer los detalles de la actividad, y esos detalles que determinan las particularidades de la agropecuaria son eminentemente técnicos.

Mejorar la productividad y la rentabilidad es el camino correcto, pero la única forma para lograrlo es implementando tecnología y aquello solo se consigue con financiamiento. Desgraciadamente, la falta de profesionales agropecuarios con investiduras gubernamentales estratégicas permitió la implantación de una política de financiamiento errada, que trató a la actividad agropecuaria con los mismos términos y condiciones que a la industria, el comercio o las operaciones de consumo. Una política financiera que priorizó la ejecución de garantías reales como principal medio para la recuperación de los préstamos, sin valorar la capacidad de recobro de las inversiones por la viabilidad de los mismos proyectos financiados. Una política financiera que tergiversó el concepto de fomento y convirtió la posibilidad de financiamiento en una patraña, inalcanzable para los más pequeños y calamitosa para los grandes.

Señor presidente, debemos trabajar rápido pero eficientemente, con la fortaleza que dan el conocimiento y la práctica, ¡no más improvisaciones! Porque iniciar un proceso responsable y acertado de reactivación agropecuaria pasa no solo por la probidad de los dignatarios elegidos, sino también por la afinidad profesional a sus funciones y mucha… mucha experiencia. (O)