Prometí, hace poco, ser espectador silencioso de los cien primeros días del presidente LMG. Lo prometido es deuda y espero pagarla, honorablemente. Esto no me impide mencionar acontecimientos que, de por sí, piden y merecen un oportuno juicio de valor. Hoy cumplo con la promesa. Al final de estos renglones ustedes me dirán si valió la pena.

Las redes sociales cercanas a mi vida son demasiado persistentes en recordarme las bondades, peligros, privilegios y algo más de la tercera edad y de la vejez; de chat en chat acumulo información para alegrarme y también para preocuparme; sin embargo, estas redes también sirven para despejar incógnitas y recibir información sobre necesidades del momento porque, lanzada una inquietud, desde varios puntos del orbe llegan respuestas que mejoran nuestro saber y nos ayudan a resolver incertidumbres de manera ágil, y, casi siempre, certera. El tema de hoy es un ejemplo.

¿Qué tiene que ver todo esto con la manteca de culebra? Pues mucho y nada. Entremos a este tema, muy sencillo y complejo, porque depende más bien de cómo ustedes lo perciban y cómo se anide o no en sus cerebros. Les pido acompañarme en un corto recorrido por Fata Morgana, un espacio creado para desmentir a quienes afirman que cerca del mar nada se puede cultivar por la salinidad. Fata Morgana, en La Milina, cantón Salinas, experimenta y afirma todo lo contrario.

Mis aseveraciones pueden servir para valorar lo que menciono y comprobar su veracidad o desmentir lo que estoy elevando a la categoría de certeza. Aves, de variada índole, alegran nuestras jornadas y cada una de ellas es una joya. Tenemos suerte, en casa, porque todos los días llegan hasta nosotros tilingos, cucubes, olleros, palomas, colibríes, loros, viviñas y otros pajaritos diminutos cuyos nombres desconozco. Pues bien las palomas que hace cinco años eran contadas con los dedos de las manos, hoy son más de treinta y se han transformado en un problema porque duermen en los árboles de mango, moringa o aguacate y se ensucian, ‘desconsideradamente’, creando a las demás plantas un grave problema por la toxicidad del excremento; son las palomitas cuculí de la canción. ¿Matarlas? Lo hacía hace algunas décadas y eran muy sabrosas; ahora soy ecologista. ¿Cómo ahuyentarlas? Aquí entra la manteca de culebra. Por las redes sociales supimos que untando las ramas donde duermen las palomas con manteca de culebra estas se van porque no toleran el ‘olor a víbora’. Durante quince días hemos dado cumplimiento a la recomendación: la receta es efectiva, incruenta y barata. La Capilla Santa Ana de La Milina luce hoy libre de otra especie de palomas, igualmente sucias. Busco afanosamente un menjurje que dicen que sirve para untar los dedos de los funcionarios públicos para que no les crezcan las uñas.

Algo se aprende, cada día, en el camino. No pidan aceite de culebra. Los aceites se extraen de vegetales; las mantecas de animales. He pedido a mi cuñado René, en Gualaquiza, tierra de víboras, que nos consiga una buena cantidad de manteca para decirles a las palomas, con pena: ¡a dormir a otro lado! (O)