Porque es uno de los artes más populares hoy en día. Porque es uno de los artes donde, de vez en cuando, de hecho, hay arte. Porque para los más avejentados es una nueva manera de embadurnarse de la realidad, a más de los libros que los han acompañado (con suerte) toda la vida. Porque para los más jóvenes, me incluyo, es tal vez la última esperanza de conectar con lo que realmente vale la pena: el arte, la belleza, las preguntas sobre las razones últimas de la existencia. Digo “última esperanza” por una percepción generalizada de que los jóvenes no leen, ni viajan en obras de Debussy o Wagner, y todavía más penosamente, porque no tiran piedras al río, ni ven las nubes, ni guardan los momentos en sus cabezas como en su Instagram.
Recuerdo esa primera carta en la que Rilke le dice al joven poeta: “Las cosas no son tan comprensibles ni tan formulables como se nos quiere hacer creer casi siempre; la mayor parte de los acontecimientos son indecibles, se desarrollan en un ámbito donde nunca ha penetrado ninguna palabra. Y lo máximamente indecible son las obras de arte, existencias llenas de misterio cuya vida, en contraste con la nuestra, tan efímera, perdura”. Y es que el arte no es para, como nos dicen en el colegio, tener “cultura general”. Peor aún para dar la impresión de que somos ‘exquisitos’, sabios. El arte hay que vivirlo, hay que sentirlo. De qué te sirve saber quién es Dostoievski si no te compadeciste, criticaste y perdonaste a Raskolnikov. El arte es un puente a la eternidad.
El cine, como obra de arte, puede ser ese puente. Como puede perfectamente no serlo: pensemos en tantas películas que solo distraen. No estoy diciendo que esto sea malo, simplemente hay largometrajes que nunca han querido luchar por ser obras magnas. A mí me encantan las películas de miedo, sin embargo, es claro que su única misión es distraer, sin perjuicio de que tal vez pueda llevar a pensar. La diferencia que quiero señalar se ve mejor si comparamos las películas de Batman de Nolan con cualquiera de Marvel. Una entra en los anales de la historia del cine (algo de atemporal tendrá), las otras se pierden en el polvo de los años.
Como puente hay múltiples ejemplos, diversos, únicos, pero con una voz inolvidable. Kubrick y su travesía sobre la evolución en 2001: Odisea del espacio; preguntas sobre lo bueno y lo malo, la fe, en Taxi Driver y Silencio, de Scorsese; personalidades, líneas impresionantes en cualquier película de Tarantino; imaginación y Platón en Matrix; tantos ejemplos más como El gran pez, de Burton; El indomable Will Hunting, 21 gramos, de Iñárritu, o The Shawshank Redemption.
Me despido una vez más con Sabato: “El arte, como el sueño, incursa en los territorios arcaicos de la raza humana y, por lo tanto, puede ser y está siendo el instrumento para rescatar aquella integridad perdida; aquella de que inseparablemente forman parte la realidad y la fantasía, la ciencia y la magia, la poesía y el pensamiento puro”. (O)