Se va a reír. Abra el reciente Diccionario del español ecuatoriano, recientemente editado por el Centro de Publicaciones de la Universidad Católica de Quito, bajo la coordinación de Fernando Miño-Garcés, y lo descubrirá usted mismo. Sería badulaque –o también balurde, churri, malacasta, mangajo o pichicato– quien se negara a reconocer la importancia de esta obra que ha tomado 30 años y todo un equipo de lingüistas que han llegado a compilar más de diez mil palabras. Porsiaca –es decir, por si las moscas o por si las bungas– no se trata solo de palabras de uso exclusivo en Ecuador. Muchas de ellas también se usan en otros países, pero el diccionario se cuida de advertir que varían ligeramente en el uso, o bien hay variantes específicas que parten de una misma raíz. Caminata se convierte en Ecuador en caminada, campanada en campanazo, campanilla en campanita. Si le dicen que usted está delgadito no es que esté flaco, sino que está pasando por un apuro muy grande o incluso que está en peligro de muerte. Si usted devora a otra persona, no es caníbal, pero casi, al menos metafóricamente hablando porque lo que hace es hablar mal de otra persona –lo despluma, lo hace pedazos, lo pela, raya, tijerea o hace flecos–. Si usted pajarea no es que esté haciendo una observación ornitológica, sino que está divirtiéndose con sus amigos sin hacer cosas serias, aunque también podría significar que tiene relaciones amorosas con otras mujeres. Y si un caballo pajarea no es que sea divertido o mujeriego, sino simplemente que ha hecho un movimiento repentino y brusco porque está asustado.

Las setecientas páginas de este magnífico y riguroso diccionario recuerdan la vida diaria. Abro una página y encuentro la palabra pedidera. Definición: acción repetida e insistente de pedir. Seguro que ahora mismo ya se acordó de la pedidera que le han estado haciendo las últimas semanas o la que usted lleva haciendo y sigue sin conseguir nada.

Sigo pasando páginas. Encuentro la palabra misilazo. Seguro que se puede entender fuera de Ecuador, pero precisemos. El de Miño dice que misilazo es un comentario duro y agudo con el que se pretende criticar a una persona. Ah, una pulla dirían en España. Pero acá es tan habitual andar dando misilazos que hasta sobran sinónimos: machetazo, puntillón, tijeretazo.

Pero pongámonos serios. Citemos al premio nobel de literatura Gabriel García Márquez. Precisamente el escritor colombiano comentó alguna vez que le sorprendía que en Ecuador hubiera tantos sinónimos para el miembro sexual masculino, es decir, la verga. No se escandalice usted, este es un riguroso comentario lingüístico: así se habla en la realidad del país. Y así como a usted no le escandalizan las palabras españolas coño y cojones, así la palabra ecuatoriana no asusta a nadie más que a usted. El de Miño no es un diccionario de sinónimos, así que no encontré los sinónimos que comentaba García Márquez, pero me sorprendí cuando descubrí cuánta reincidencia en Ecuador para enviarlo todo a la…, hacerse…, estar en la…, estar hecho…, irse a la…, mandar a la… y valer…. ¡Tres columnas de acepciones al respecto! Algo grave pasa para tanta fascinatio verbal.

El de Miño tampoco es un diccionario normativo –no quiere enseñarnos cuál es la forma correcta– sino que la describe. En resumen, es un diccionario de uso, como esas obras estupendas que son el diccionario de uso de Manuel Seco, allá en España, o incluso el María Moliner. Ahora sí podemos sacar pechito y decir que tenemos el diccionario de uso de Miño, o el Miño a secas. Y la verdad que pega, pero no porque sea pegamento, cemento de contacto o soluca, sino porque quien lo tiene a mano en el momento adecuado puede hacer mucho con él. Quizá no podrá redactar un informe o hacer una tesis doctoral donde la moda es poner términos en inglés o citar las expresiones francesas de Deleuze, Didi-Huberman u Onfray. Pero seguro que podrá divertirse.

Un personaje es, como decía Stevenson, una sarta de palabras, pero hay que saber cómo disponerlas, y no pensar que basta trasponer palabras de la realidad o del diccionario para tener la crónica o la novela ecuatoriana más actual.

Asunto distinto es si usted quiere escribir literatura y se frota las manos diciéndose: bastará con que use cada dos por tres las expresiones ecuatorianas y ya tengo la nueva obra maestra de la literatura nacional. Ahí se equivoca. Y sobre todo si piensa escribir una novela o una crónica. Allí las palabras tendrán que jugárselas solas, y eso, paradójicamente, significa que no bastarán por sí mismas, aisladas. Porque hay algo indispensable que se llama contexto y secuencia. Es un procedimiento narrativo tan sutil que no se debe notar, y que consiste en insertar la palabra de manera que se infiera su posible significado gracias al contexto preciso y a lo que la secuencia construye. Digamos, por ejemplo, que se describe a un personaje quejumbroso, que solo pasa hablando de sus problemas sentimentales de una manera ridícula, de manera que ni sus colegas ni sus amigos, e incluso ni siquiera sus familiares, le toleran su reiterada “moreliada”. Sospechamos el significado de una palabra extraña cuando esta corona la atmósfera creada, y no pretendiendo hacerlo al revés. Una moreliada, Miño dixit, es una actitud de sentimentalismo exagerado de una persona que suele quejarse de sus problemas utilizando un lenguaje cursi y rebuscado.

Un personaje es, como decía Stevenson, una sarta de palabras, pero hay que saber cómo disponerlas, y no pensar que basta trasponer palabras de la realidad o del diccionario para tener la crónica o la novela ecuatoriana más actual. Leer este trabajo monumental del Diccionario del español ecuatoriano ilumina la aparición de personajes y novelas y muchas más cosas que andan rondando por ahí, sin palabras todavía, pero que ahora cuentan con esos diez mil y pico de habitantes del titánico esfuerzo del Dr. Fernando Miño-Garcés y su equipo (hay que detenerse en el largo y riguroso estudio introductorio del Diccionario). Así que gracias por este aporte lingüístico que nos reúne a todos. Una obra de este alcance muy bien amerita el Premio Eugenio Espejo. (O)