Doris Sommer es profesora en la Universidad de Harvard y su libro Ficciones fundacionales: las novelas nacionales de América Latina (1991) sigue enseñando nuevas perspectivas para valorar unas narraciones –Amalia, Sab, María, nuestra Cumandá, La vorágine, Doña Bárbara– que, incluso, habían sido despreciadas por autores tan notables como los novelistas del boom latinoamericano. Ella explicó que el eros y el romance de las novelas que nacieron junto con los estados nacionales en el siglo XIX sostuvieron el patriotismo por medio de imágenes de mujeres fuertes y asentadas en la realidad.
La literatura, pues, no solamente es resultado de la curiosa imaginación de una persona, sino que es una palabra que facilita tomar conciencia y potenciar el sentimiento de pertenencia a una comunidad determinada. La literatura, que también recurre al juego, es un asunto muy serio porque puede mostrarnos cómo habitar nuestro entorno de manera crítica. Lo mismo pasa con las otras artes y las humanidades. Por eso, el más reciente libro de Sommer, El arte obra en el mundo: cultura ciudadana y humanidades públicas (2014) es fundamental para transformar este tiempo en que el pragmatismo y la utilidad están erosionando la noción de ciudadanía.
La idea de Sommer –nutrida de pensadores como Friedrich Schiller, Wilhelm von Humboldt, Viktor Shklovsky, John Dewey, Hannah Arendt, Paulo Freire, Antonio Gramsci, Jürgen Habermas, Edward Said, Jacques Rancière, Martha Nussbaum, entre otros– es que el arte permite replantear nuestras experiencias, cercar los prejuicios y recordarnos que lo que existe a nuestro alrededor merece nuestra máxima atención. El arte y su divulgación y enseñanza pueden ser estupendos conductores para forjar ciudadanos comprometidos con el bienestar de sus semejantes. Esta postura no es enteramente nueva, pero es esperanzador seguir planteando estos compromisos.
A partir de experiencias elaboradas por la práctica teatral del brasileño Augusto Boal o por la política de arte callejero durante la alcaldía bogotana de Antanas Mockus, Sommer aboga para que entendamos que aquel procedimiento por medio del cual los artistas transforman críticamente los materiales que existen en nuevas formas es central para concebir proyectos de desarrollo social, político y económico. El pensamiento crítico no solo produce buen arte, sino que puede erigir un mundo mejor. El arte es también una herramienta para fomentar el sentido de responsabilidad ante el mundo y frente a los otros. El arte sirve para construir más democracia.
Doris Sommer está en Quito compartiendo su renovado saber en varias actividades públicas en la Universidad Andina Simón Bolívar. Se reunirá con estudiosos de la literatura, educadores y líderes sociales y comunitarios para comprobar que el trabajo creativo ayuda a la innovación institucional, dice ella, por una simple razón: “Decidir que algo es bello requiere haber respondido a una intensa experiencia sin obedecer a principios establecidos, y esta decisión, por tanto, está libre de prejuicios. El juicio estético es un ejercicio de evaluación imparcial, un truco que necesitan tanto la ciencia y la cívica como el arte mismo”. Doris Sommer, la maestra, nos anima a practicar una educación de calidad. (O)