No hubo otra época igual. Países ricos comercian intensamente entre ellos, crean sociedades prósperas, cuyas élites viven con lujo antes desconocido. Culturas florecientes, artistas que viajan a estados lejanos para decorar mansiones de magnates. Bellas naves transportan mercaderías exóticas, poderosos ejércitos extienden la influencia de grandes imperios. Las potencias bloquean a países pequeños que no se someten a sus dictados, pero lo más importante es el comercio global de commodities, de materias primas y también de seres humanos. Los continentes están interconectados, migrantes van de zonas pobres y menos desarrolladas hacia los florecientes emporios, donde viven marginados. De pronto, se producen inesperadas catástrofes naturales. Un proceso de calentamiento global ocasionará hambrunas y sequías, pueblos avanzarán desalojando a otros que invadirán las metrópolis, primero con golpes puntuales, luego masivamente. Las mayorías se rebelarán contra las exacciones de las oligarquías. Algunos mandatarios reaccionarán imponiendo medidas proteccionistas o impuestos a las transacciones. Así, en poco más o menos de un siglo se acabará el esplendor acumulado. La interconexión de las economías facilitará el derrumbe con un efecto de dominó y se iniciará una oscura época de pobreza que durará centenares de años.

¿Es una profecía de lo que ocurrirá con el mundo moderno en general y con Occidente en concreto? No, esta es en síntesis la descripción del derrumbe de la “primera globalización”, que se produjo en la llamada Edad de Bronce, según lo narra el arqueólogo americano Eric H. Cline, en su libro 1177 a. C. El año en que la civilización se derrumbó. El volumen lo conseguí gracias a un amistoso gesto, ya que no se lo encontraba en el país, pese a que se vendió bien en otras latitudes. El colapso descrito se atribuía corrientemente a la invasión de los llamados “pueblos del mar”, misteriosos grupos que de acuerdo a escasos documentos asolaron el Mediterráneo oriental en el siglo XII a. C., acabaron con el imperio hitita y la civilización micénica, y debilitaron irreparablemente a Egipto. Se sabe poquísimo sobre esta gente “que vivía en barcos”, parece que venían de Sicilia y Cerdeña, o de por ahí, y se cree que los filisteos, a los que conocemos por sus guerras con los judíos, eran parte de ellos, pero no es seguro. Lo que ahora resulta evidente es que no solo fueron estos invasores, sino la ya enumerada lista de causas: cambio climático, catástrofes, rebeliones, aislacionismo... las que llevaron al hundimiento.

Por supuesto que es irresistible la comparación con el momento actual. Casi no falta ninguno de los elementos citados. Así, ¿estamos condenados a una catástrofe civilizatoria de dimensión planetaria? Imposible predecirlo, pero la humanidad debe tener claro que, de producirse, no solo se dará una caída de la cultura exquisita y del lujo de las élites metropolitanas, sino que habrá un empobrecimiento generalizado. Lo peor que puede pasar es que surjan líderes, quizá como Donald Trump, no queremos satanizarlo todavía, que crean que amurallando sus Estados escaparán a la debacle, con lo que solo contribuirán a acelerarla, como se demostró hace más de tres mil años. (O)