Hubo un momento, durante esa cumbre en que el finado Hugo Chávez interrumpía sin cesar al presidente Rodríguez Zapatero, en que el rey Juan Carlos, exasperado, le lanzó un grito que pasó a la historia: ¿Por qué no te callas?

Es exactamente lo que provoca gritarle ahora al excelentísimo señor presidente de la República que, en medio del ruido de una campaña electoral bastante boba pero estridente, sigue hablando como si su voz fuera la única que el país tiene la obligación de escuchar, amplificada por los muchos medios gubernamentales que durante tres, cuatro horas, cumplen la orden de reproducir esos “informes” que en realidad tienen la forma de una basta, grosera alocución circense, mitad truculenta y mitad cursi.

¿Por qué no se calla y deja que hablen quienes están en campaña?

¿Por qué no se calla?, si ahora lo que necesitamos saber es qué diablos van a hacer con el país quienes aspiran a sucederle y lo encuentran endeudado hasta el cogote, con una crisis económica indomable, con miles de desocupados que deambulan sin horizonte, con una burocracia inútil, engordada hasta el hartazgo. Y, sobre todo, un país lacerado por el maldito cáncer de la corrupción.

¿Por qué no se calla?, si su discurso dura diez años y, aunque las mentiras y contradicciones lo han ido cruzando sistemáticamente, es el mismo: nunca un presidente de la República ha hecho tanto. Lo suyo es la perfección. Lo suyo es la sabiduría. Lo suyo es el altruismo. Lo suyo son, en síntesis, todas las virtudes y, entre ellas, la humildad: al pobrecito no le gustan las alabanzas, pero él mismo repite las loas que le dedican, las canta y las pregona; dice que no le gusta la pompa, pero se regodea con toda la dispendiosa parafernalia del poder; dice que no le gustan los reconocimientos, pero pone a trabajar a la diplomacia para que las universidades extranjeras le otorguen nuevos honoris causa; dice que es modesto, pero advierte que sus ecuaciones son las de un sabio que los alumnos deben memorizar para ahorrarse años de estudios de economía, una de las muchas ciencias que él domina.

Los errores, todos los errores, son siempre de los otros. Canallas. Miserables. Torpes. Ladrones. Corruptos. Eso –y mucho más– son los otros, esos que se atreven a cuestionar cualquier designio salido de su poder omnímodo, esos que se atreven a escribir algo con lo cual él no está de acuerdo, esos que osan refutar una cifra –cualquier cifra– que emerge de la cueva donde se alteran, protegen y esconden los datos oficiales.

¿Por qué no se calla, si ha logrado que quienes deberían fiscalizar los actos de su gobierno actúen según sus órdenes? ¿Qué necesidad tiene él de hablar públicamente si sus exigencias, aun las más recónditas, son satisfechas dócilmente por la Asamblea, convertida en una trastienda de su Palacio?

¿Por qué no se calla y, ante la inercia de ese Consejo Electoral ciego, sordo y mudo, sigue utilizando los medios gubernamentales para hacer campaña a favor de quien él quiere que le guarde las espaldas?

¿Por qué no se calla mientras organiza cómo salir por la ventana de un país que deja en los huesos luego del impúdico festín del que participaron sus conmilitones revolucionarios?

¿Por qué no se calla? (O)