Cuando en una sociedad proliferan los casos de robos, asaltos, entre otros de la delincuencia, existirá entre los habitantes un estado de alerta constante y, por supuesto, mucho miedo.

Otro de los grandes males que aqueja es el ruido. Silencio es una palabra ingeniosa, es una metáfora para ejemplificar la ausencia de ruido, pero no es simplemente escuchar nada, pues silencio es también sinónimo de tranquilidad; entonces hay silencio en una ciudad, cuando no hay otro ruido que interfiera.

Me he permitido hacer mención a la inseguridad y a la ausencia del silencio urbanos, porque en mi visita a las islas Galápagos he podido constatar una excepción a la generalidad que predomina en nuestro país.

Se trata de una pequeña ciudad, Puerto Ayora, en el centro de las islas Galápagos, donde se conjugan favorablemente estas dos posibilidades: la seguridad y el silencio.

En Puerto Ayora no hay transporte masivo urbano.

El transporte privado se lo hace por medio de bicicletas, utilizando la ciclovía destinada de forma exclusiva para su circulación, de motocicletas, caminatas o camionetas doble cabina que hacen el servicio de taxi circulando permanentemente las 24 horas del día. El valor de la carrera, dentro del límite urbano, es solamente de un dólar.

Se permite a las camionetas pitar solamente dos veces, no hay semáforos ni vigilantes y el tráfico fluye sin interrupciones. No hay alarmas para vehículos ni para domicilios ni locales comerciales que ocasionen ruido.

La ciudad es completamente segura, se puede ir a un banco, retirar cualquier cantidad de dinero y contarlo en la calle que no pasa absolutamente nada. Se puede circular por las calles a cualquier hora del día o la noche. No se ve pobreza, mendigos ni malabaristas en las esquinas donde hay los semáforos, porque no existen estas personas.

En resumen, es una ciudad donde el turista circula con total seguridad y donde el único “ruido” es el silencio, la paz. (O)

Julio César Ubilla Abad, arquitecto, Guayaquil