Aunque el presidente Correa reconoció que el general Paco Moncayo es “lo más rescatable que ha presentado la oposición para las próximas elecciones”, rescatar al general Moncayo es más incierto que salvar al soldado Ryan. ¿Rescatarlo de qué? Se me ocurren –al menos– tres respuestas:
De las contradicciones. “Me gusta Paco, pero tendré que votar por Lasso o Viteri”: escuchado a varias personas en Quito, después de las declaraciones del general sobre apoyar a Lenin Moreno en la segunda vuelta. Aunque matice y legitime sus declaraciones, ellas siembran dudas y parecen contradictorias para un electorado que concibe la contienda como un Armagedón entre el correísmo y los múltiples anticorreísmos que no suman uno. Pero las contradicciones no son exclusivas ni originales del general. Ellas reflejan las contradicciones de la pequeña burguesía quiteña, que se cree intelectual y progresista, pero que apenas lee medio libro al año; que se imagina históricamente rebelde y nostálgicamente socialista en un rinconcito del corazón, pero que ha reelegido y soportado al despotismo econofrénico; que moriría de vergüenza al admitir que votó por la derecha, pero que lo haría ante los devaneos del general. Una clase golpeada por la crisis, que votará: o tan populista, o tan pragmática e ideológicamente inconsecuente como el resto del electorado nacional.
De las colaboraciones. En la Europa de fines de la última guerra mundial, los colaboracionistas con el invasor eran identificados y expuestos a la vergüenza en la plaza pública. Aquí son reciclados, rehabilitados y electos. El colaboracionismo y el camisetazo constituyen respetables tradiciones políticas ecuatorianas, y no son exclusivos del entorno del general. Ahora mismo, las vacilaciones y los “vaciles” de los Rodas y Carrascos con los Lassos y Viteris resultarían cómicos si no representaran la pobreza de nuestra vida política. Pero hay algo más inquietante en algunos de los “colaboradores-colaboracionistas” que rodean a Paco Moncayo. Fueron los parteros de Alianza PAIS, concibieron el omnipresidencialismo en Montecristi, incubaron lo que hoy ha llegado a ser el correísmo e intentaron colarse en la candidatura de Lenin Moreno. Como este Gobierno les impidió apropiarse de su candidato ganador, hoy aparecen en la foto detrás del general. ¿Los queremos de vuelta?
De las contemporizaciones. La hospitalidad y amabilidad que los visitantes nos atribuyen a los ecuatorianos y quiteños, además de caprichosas, degeneran en simpatía seductora por la vía de la contemporización. El general parece un señor amable, pero en simpatía y afabilidad jamás podrá ganarle al candidato del Gobierno: ni lo intente. Por ello, no es indispensable que se esfuerce por reconocerle méritos al correísmo, porque una cosa es el justo reconocimiento y otra la contemporización “políticamente correcta”. La contemporización del general Moncayo es innecesaria, el propio correísmo la menosprecia, y refleja la simpatía y el cuento de la objetividad de nuestra pequeña burguesía quiteña, que se siente obligada a reconocer que “después de todo, este Gobierno sí ha hecho algunas cosas buenas”. O a conceder que “sí hay correístas buenos, con los cuales sí se puede hablar de política sin que se pongan bravos”. Y Lenin Moreno es el más bueno de todos, ¿no lo creen? (O)