Cuando me preguntan si yo escribo para niños, contesto que no, que escribo historias que los niños también pueden leer, porque al hacerlo no pienso en la edad de mi potencial lector, porque creo que al momento de escribir lo único que cuenta es la honestidad y la congruencia con lo que sentimos y pensamos.
Tal vez por eso, por la coherencia con que está escrito, por la sencillez y autenticidad me ha encantado el libro Un marciano en la oreja, de la joven quiteña Isabel Jijón.
El día que su abuela, doña Alicia Coloma, me contó que su nieta había ganado un premio en España, con este su primer cuento, me dio una alegría enorme de que nuestra literatura infantil se abriera al mundo, pero el día que lo leí me emocioné más y confirmé mi teoría de que no escribimos para niños, simplemente escribimos.
Con un argumento sencillo, Isabel nos cuenta cómo un desgraciado marcianito se mete en las orejas de todos los miembros de la familia y hace de las suyas, provoca desencuentros, mal genios y decisiones equivocadas. Pero más allá de ser un cuento infantil, dada la formación de socióloga de la autora, para mí este libro es un texto que nos cuestiona, que nos enfrenta a la dinámica familiar, a la sociedad y a la política. ¿Cuántos marcianos hay en las orejas de la gente? ¿Cuántos políticos están sordos, debido al pícaro marciano? ¿No será que hay tan poca ética y escrúpulos porque los seres humanos permitimos al marciano vivir en nuestra oreja?
Pronto este libro, publicado por Anaya, la editorial que auspicia el premio que ganó, verá la luz ecuatoriana. El día 8 de octubre lo presentaremos en sociedad. Su autora, con la belleza y la sencillez que solo da la juventud, ríe con su ancha sonrisa cuando la elogio y le digo: ¡Bienvenida, entraste con pie derecho!
Porque escribir, aunque utilicemos el humor, es cosa seria, porque ponemos el corazón a fuego lento, porque en nuestras letras está esa lágrima que no se atreve a salir, esa ausencia que no la reemplaza nadie, esa nostalgia que no te atreves a confesar. Porque escribir puede ser una forma de llorar, de rebelarte, de gritar sin que nadie te oiga.
Es que la vida no es fácil, y si encima la llenamos de claves de cajeros, de contraseñas, de bocinas de carros, de tráfico intenso, de trámites insoportables y de mala leche, las dificultades y la infelicidad se apoderarán de nosotros. Vivimos en un mundo loco que se ha olvidado de reír y de abrazar, dos condimentos esenciales para no perder la cordura, al que yo añadiría escribir, y parece que Isabel Jijón también lo entiende así.
Me encanta cuando pasan cosas originales como este libro, o como el Museo Nómada, que no tiene puertas ni ventanas, pero que se está abriendo camino para existir como un ambicioso proyecto cultural de educación e innovación que próximamente les contaré, pero si tienen mucha curiosidad y quieren colaborar (como dicen en Facebook) ¡pregunten por interno! Ya les cuento, octubre va a ser un mes bien movidito. (O)