Cuando ya está abierta la puerta de salida, tiene más sentido que nunca preguntarse por la herencia del correísmo. Independiente del color del próximo gobierno, siempre que no lo presida el mismo líder, lo cierto es que esta elección cerrará un ciclo histórico. Las condiciones generales –económicas, sociales, políticas e incluso anímicas– no se parecen en nada a las que existieron en el inicio del período y que predominaron durante los últimos diez años. La bonanza económica quedó atrás y no volverá por un buen tiempo. La desconfianza de la población y el consecuente rechazo a los políticos incluye ahora a los que hace una década aparecían como jóvenes y renovadores. Ahora ellos también son parte del pasado y están sujetos al mismo escrutinio que se hizo sobre sus antecesores. Los signos de desgaste aparecen en el propio presidente, que va dando palos de ciego y se abre frentes inmanejables como el de los militares.

Ante esa realidad, y para avizorar lo que puede venir, es indispensable hacer un balance general de la situación en el final del ciclo. Obviamente, no es posible hacerlo en el marco de un artículo corto como este, pero sí cabe destacar que se debe diferenciar entre los aspectos inmediatos y los de largo alcance. Entre los primeros sobresale la enorme deuda (contraída con soberanía por supuesto), que será el factor más importante para el próximo gobierno porque reducirá significativamente su margen de acción. La asignación de recursos para el pago de capital e intereses establecerá un orden de prioridades nefasto para cualquier gobernante. El gran dilema será encontrar la manera en que las restricciones que se derivan de esto no se manifiesten en reducción o eliminación de las asignaciones a las áreas sociales. En otras palabras, el núcleo de la cuestión está en encontrar el equilibrio entre el inevitable ajuste y la inversión social. Si alguien cree que esto será sencillo, debería publicitar la receta antes de que se haga la selección de los premios Nobel.

En los aspectos de largo alcance predomina el papel del Estado en la economía. La tentación de buena parte de los posibles candidatos es desmontar el estatismo impulsado (y conseguido a medias) en este largo período. Si decidieran ir por ese camino perderían la oportunidad de lograr un saludable equilibrio entre el Estado y el mercado. Más les convendría tomar el fortalecimiento estatal de los últimos años como una herencia que puede ser invertida en la potenciación del conjunto de la economía. La fórmula neoliberal, que ya fue mala en su momento, sería catastrófica para el que viene.

En la misma perspectiva de largo alcance, resulta penoso comprobar que el período más extenso de presencia y predominio absoluto de una sola fuerza política y en particular de una persona, no deje como herencia un camino por el que puedan y deban transitar sus sucesores. La dependencia total del liderazgo personal hace imposible su continuación incluso con alguien de sus propias filas. Será el final, a menos que el candidato sea él. (O)