Retomo mi columna y comparto con ustedes la razón de mi ausencia. Hace poco surgió una situación familiar importante y armé un viaje relámpago a Guayaquil. En Ecuador, contacté a un grupo de personas que confío y respeto mucho, profesionales que se desenvuelven en ámbitos relacionados al periodismo, la abogacía y derechos humanos. También, en Nueva York, hablé con Human Rights Foundation, dicha organización me había recomendado no viajar a mi país luego de aquella amenaza con flores y chocolates (enviada –tan coordinadamente– a mi domicilio en Nueva York, así como en Guayaquil, a la casa de mis padres, en el 2014).

La razón de comunicar sobre mi viaje era en caso de que se presentara alguna “anomalía” durante mi estadía en Ecuador. Algunos pensarán: “esta señora está paranoica”. No, estimados lectores, solo soy consciente de la realidad que vive nuestro país y debo ser precavida con quienes han demostrado no tener límites a la hora de acosar a quienes pensamos diferente. Yo no olvido los correos electrónicos hackeados de cuentas personales de opositores. Tampoco olvido la implacable persecución contra periodistas o legisladores por cumplir con su labor de informar o fiscalizar. Mucho menos olvido la eterna cruzada contra los que protestan. Así como tampoco olvido los allanamientos, juicios y encarcelamientos a quienes han denunciado corrupción. ¿Necesitan más pruebas de que mi preocupación era válida?

Lamentablemente hay gente capaz de todo para callar a quienes les estorban. Y “ellos” llevan años haciendo eso. Todo esto genera cierto miedo que no puedo negar. Quien haya vivido alguna de las cosas antes mencionadas y diga que no siente miedo, miente. El miedo está ahí, pero uno trata de no dejarse dominar por él. No podemos permitir que el miedo controle nuestras vidas.

Cuando llegué a Ecuador sentí una mezcla de emociones: feliz de regresar a mi país, y al mismo tiempo nerviosa. Pero yo misma me increpaba: “no he robado, ni mal usado dinero ajeno, no he cometido actos de corrupción, ni he manipulado a juez alguno. Mi único ‘delito’ ha sido opinar sobre la situación de mi país, criticar lo malo y exigir cambios”. Y eso me ha pasado factura, algo que no debió ocurrir jamás. Sé que no soy la única, hay muchos otros que también han sido intimidados y han sufrido cosas peores. Solo deseo hacerles ver por qué sentir miedo es lógico, y hasta bueno. Es bueno porque nos hace estar más alertas.

Sé que ahora “ellos” andan más preocupados por las elecciones del 2017, pero no crean que eso detendrá el amedrentamiento a ciudadanos. Es inaudito tomar tanta precaución para ir a tu propio país, como si fueras un criminal. No quiero volver más así a Ecuador, ni sentir miedo. ¡Yo no soy la delincuente! Los verdaderos delincuentes andan por ahí sin una pizca de remordimiento, sin un grado de vergüenza. Ellos son los que deben sentir miedo de cuando tengan que rendir cuentas ante una justicia independiente, pero hasta entonces hay que ser cautelosos. No bajar los brazos, ni confiarse. ¿“Hombre precavido vale por dos”? ¡Con esta revolución hay que hacerse valer por diez! (O)