Cada vez que recorro nuestro país no puedo dejar de maravillarme y emocionarme por la fantástica riqueza que poseemos. Riqueza extraordinaria con diversidad de ecosistemas, parajes de ensueño, verdores envidiables, majestuosas montañas con árboles imponentes que parecen extenderse hacia el infinito, majestuosos y potentes ríos, hermosas playas color turquesa que el océano parece deleitarse en acariciar. Tenemos selvas, páramos, montañas, manglares, océano, islas y lagunas, todos habitados por una igualmente extraordinaria diversidad de inimaginables formas de vida. A este excepcional capital, hay que sumar tal vez el más importante recurso, y el que más me emociona, nuestra gente, desde el vendedor de agua o helados en el autobús, la dama con un fogón vendiendo maduro asado en alguna esquina o la tripa mishqui en un fogón rodante, los encocados o el llapingacho, la sal prieta o el mote pillo, los comerciantes de mariscos o de verduras en nuestros mercados, los albañiles o electricistas sentados en alguna vereda ofreciendo sus servicios, obreros, profesionales, artistas, maestros, citadinos o campesinos. Gente luchadora, noble y generosa, como lo demostró esa extraordinaria movilización para ayudar a los afectados por el terremoto. Definitivamente, cada día se renueva en mí la fe por este país y su gente, se renueva el convencimiento de que somos capaces de construir un gran país.

Construcción que requiere que seamos conscientes de que al igual que tenemos derechos tenemos responsabilidades y una de ellas es estar atentos, vigilantes, involucrados, no pasivos esperando milagros salvadores.

Debemos revisar nuestra historia y aprender de nuestros aciertos y errores.

No permitamos que nos roben, que traicionen descarada y cínicamente los compromisos adquiridos al ser elegidos. Este país no necesita promesas, no necesita paternalismo, no necesita dádivas, requiere gobiernos capaces y honestos que cumplan su trabajo que es el de gestionar responsablemente nuestros recursos.

No permitamos que secuestren nuestro país y sus riquezas, luchemos antes de que la lucha sea tan dura como la que tienen nuestros hermanos venezolanos para recuperar su país.

Para las próximas elecciones no es cuestión de cambiar de manos, ni de elegir a quien habla o promete más. Volvamos la mirada a aquellos que realmente quieran conciliar, a los que propongan claramente qué, cómo y con quién lo harán; que no antepongan sus intereses particulares a los intereses de todo un país. Aquellos que dicen preocuparse por el país, pero no quieren ceder posiciones de poder no serán los mejores para gobernarnos.

Aquellos que se aferran a sus intereses o sueños personales, sin entender que más allá de ellos está un país entero, ahora y después seguirán priorizando sus propios y mezquinos anhelos.

Debo reconocer que me siento desorientada y agotada ante el panorama electoral actual, tratando de encontrar propuestas y candidatos que trasciendan sus discursos conscientes que para ganar se debe ceder, si el ganar representa encaminar al país en un nuevo rumbo y el ceder dejar de lado su interés particular.

Analicemos cómo cada uno puede contribuir, este país necesita de usted, de mí, nos necesita a todos, ecuatorianos por nacimiento o por corazón. Fortalezcamos esa sociedad civil que ya demostró que es capaz de grandes cosas. (O)