El pasado mes de mayo tuve la suerte de impartir un pequeño curso de Filosofía Moderna y, entre otras cosas, pude experimentar ese constante vaivén de pasar de ser profesor a alumno, y viceversa. Fue esperanzador palpar el cambio de la primera a la quinta semana de clase. Entre las múltiples cuestiones que uno enfrenta en ese período de la historia de la filosofía se encuentran importantes disquisiciones sobre qué existe (el mundo, por ejemplo, ¿acaso no podría ser todo sueño?) y cómo lo podemos conocer, y todavía más, ¿todo se puede comprobar? Recuerdo un pensamiento de Eduardo Galeano: “Los científicos dicen que estamos hechos de átomos, pero a mí un pajarito me contó que estamos hechos de historias”, y claro, uno se plantea, ¿no será que hay más de lo que se ve a primera vista? ¿No será que el amor es algo más que unas tristes secreciones cerebrales? ¿Y la belleza, qué es, se puede definir?

Entre tanta interrogante y tanto acto de fe (¿los sentidos nos engañan?), nos topamos con un pensamiento tan antiguo como el primer hombre, en este caso en boca del cineasta neoyorquino Woody Allen: “Maybe the poets are right. Maybe love is the only answer” (Tal vez los poetas tienen razón. Tal vez el amor es la única respuesta). Me temo que para el paso que intentaré dar, y que espero que sea acompañado, se necesita haber experimentado lo que propondré. El amor real, desinteresado; el amor sublime, auténtico; el amor que te saca sonrisas y latidos a consecuencia de la alegría del otro (la felicidad verdadera no la encontraremos en nosotros sino que vendrá de fuera, de otro alguien), ese amor no puede ser simplemente químicos, adrenalina, placer. Pensábamos en clase que el amor era el testimonio de que existía algo más en nosotros que ser un armario de huesos y carne. Incluso lo veíamos como una confirmación de la realidad: un sentimiento así de sublime, de esencial, no podía ser un engaño.

Lo interesante de la conclusión del párrafo anterior es que no llegamos a ella por una demostración lógico-matemática, experimental o, decíamos en el aula, por el método cartesiano. “He aquí mi secreto, que no puede ser más simple,” –le decía el zorro al Principito– “solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos”. El amor auténtico por el que bombea misterio no es algo demostrable o definible de forma absoluta (si así fuera, ¿qué de inefable, qué de esperanzador tendría?); a ese amor llegamos por intuición, por el corazón, por nuestra capacidad de sorpresa ante la realidad. Obviamente una persona cerrada en su propio castillo de seguridades, que sospecha negativamente de todo lo que no entiende, que piensa que la alegría es cosa de tontos: no da el paso a los misterios de la realidad. Decía Pascal, científico y filósofo del siglo XVII, que “el corazón tiene razones que la razón no entiende”. Salute.

Cuando uno se sumerge en la auténtica realidad, aquella sobre la que Inciarte diría “realidad significa lejanía arriesgada, y proximidad o inmediatez significa mundo de apariencias asegurado”; ese sumergirse en el mundo, propio de las personas reflexivas, deja un amargo sentimiento a “insatisfecho”. Bueno, el asunto es que uno de mis alumnos sacaba el manoseado tema sobre la sociedad: ¿es buena o mala?, ¿se puede ser libre dentro del “sistema”?, ¿la sociedad nos “corrompe”? Y luego decía: “Con razón la gente no quiere traer hijos al mundo”. La discusión es un océano. Acá solo relato una primera respuesta de esas que nacen con el segundo siguiente al silencio. Uno de esos chicos aparentemente distraídos alzó la mano: “Profe, no estoy tan de acuerdo”. Parafraseando lo que dijo: Lo que habíamos dicho del amor es una posible respuesta, eso de que es esperanzador. El amor es la llamada más esencial, más profunda, del ser humano; una vez que se lo descubre, el auténtico, te vuelves imbatible. Y terminaba: Un tipo así, imbatible, hace falta; capaz convendría que la gente que realmente sabe amar traiga hijos así, que puedan cambiar el mundo. Me hizo acuerdo a Tagore: “Cada criatura, al nacer, nos trae el mensaje de que Dios todavía no pierde la esperanza en los hombres”. Como dije, es apenas un borrador, una idea peregrina, pero ni por simple ni por rápida es menos importante. Maybe love is the only answer. (O)

Entre tanta interrogante y tanto acto de fe (¿los sentidos nos engañan?), nos topamos con un pensamiento tan antiguo como el primer hombre, en este caso en boca del cineasta neoyorquino Woody Allen: “Maybe the poets are right. Maybe love is the only answer.” (Tal vez los poetas tienen razón. Tal vez el amor es la única respuesta).