Hace 1.300 millones de años, en un lejano rincón del universo, dos hoyos negros se juntaron: uno de ellos tenía 36 veces la masa de nuestro sol; el otro, 29. Su fusión generó un nuevo hoyo negro con una masa equivalente a 62 soles. En fracciones de segundo, una explosión de dimensiones casi inimaginables provocó que la energía equivalente al contenido de 3 de nuestros soles, ¡-esto es unos 8,5 billones de trillones de trillones de bombas atómicas como las de Hiroshima!, fuera vertida al cosmos. Lo sorprendente de este relato es que las repercusiones de esa colosal explosión acaban de ser descubiertas en nuestro planeta. En efecto, hace apenas pocos meses se detectó la existencia de las ondas gravitacionales producidas por tal explosión.

El mítico Albert Einstein, en su momento, predijo la existencia de estas ondas gravitacionales que debían de existir como consecuencia de su famosa teoría de la relatividad general. Esta exitosa y comprobada teoría explica el hecho de que el espacio y el tiempo están conectados y son, en realidad, parte de un mismo fenómeno conocido como el espacio-tiempo. Como consecuencia de esta complicidad entre el espacio y el tiempo, todos los objetos con masa distorsionan -–alargan o compactan–-, en mayor o menor medida, la tela que constituye el espacio-tiempo. Nuestro sol, por ejemplo, por el solo hecho de estar allí, ocasiona que el espacio-tiempo a su alrededor se curve de manera pronunciada. Con mayor razón se entiende, pues, que un estallido tan sorprendente como el producido por la fusión de los dos hoyos negros antes mencionados, no solamente haya curvado el espacio-tiempo a su alrededor, sino que también haya provocado ondulaciones que a su vez siguen compactando y estirando la tela del espacio-tiempo en su trayecto por el cosmos. Estas ondulaciones son las ondas gravitacionales.

Para graficarlo de algún modo, las ondas gravitacionales son como las ondas que se producen en un estanque después de lanzar una piedra en su interior; solo que, en lugar de reflejarse simplemente en el agua, se reflejan nada menos que en todo el espacio-tiempo, en todas las direcciones, al cual distorsionan. Pues bien, de existir estas ondas gravitacionales, los objetos en la Tierra –-incluso la Tierra mismo-– debiera estirarse y compactarse cuando sea atravesada por estas ondas, oscilacion que puede ser medida con instrumentos lo suficientemente precisos. Precisamente esto fue lo que se propuso, desde 1984, el equipo de más de mil científicos que en los Estados Unidos de América ideó el proyecto LIGO -–Laser Interferometer Gravitational-Wave Observatory-–, que el 14 de septiembre de 2015, a las 09:51, detectó de manera directa a las ondas gravitacionales, por primera vez en la historia de la humanidad. La detección exitosa, luego de haber sido sometida a un análisis detallado que comprueba su veracidad, fue anunciada públicamente el 11 de febrero de este año en Washington D. C.

Este descubrimiento realmente cambia la forma en la que podemos estudiar y entender el cosmos. Hasta antes de aquello, solamente podíamos observar el universo a través de los diferentes tipos de luz -–dentro del espectro radioeléctrico–- que llegaban a nuestros telescopios desde las lejanas galaxias y estrellas que las componen. Algo que no emitía luz alguna, como los antedichos hoyos negros, simplemente no podían ser observados ni estudiados directamente. Lo maravilloso de este nuevo descubrimiento es que las ondas gravitacionales no forman parte del espectro radioeléctrico -–no son luz–- y, sin embargo, nos proporcionan información directa sobre todos los cuerpos celestes aun cuando no emitan ningún tipo de luz dentro del espectro radioeléctrico. En resumen, si antes podíamos, de algún modo, solamente “observar” el universo, ahora vamos a poder también “escuchar” sus galácticas sinfonías.

En 1609, Galileo apuntó su novedoso telescopio con orientación hacia Júpiter y encontró lunas a su alrededor; ello le permitió cuestionar la noción, en ese entonces reinante, de que todos los cuerpos celestes en el universo giraban alrededor de la Tierra. Este nuevo mecanismo para estudiar el universo cambió para siempre la historia de la humanidad. Si la historia es guía alguna, hemos descubierto un nuevo mecanismo, totalmente diferente, para estudiar el cosmos. Y cada vez que tenemos descubrimientos tan trascendentales, como este, nuestro entendimiento y la posición del hombre en el cosmos quedarán para siempre alterados. Hemos estado sordos ante el universo, hasta ahora.(O)

Lo sorprendente de este relato es que las repercusiones de esa colosal explosión acaban de ser descubiertas en nuestro planeta. En efecto, hace apenas pocos meses se detectó la existencia de las ondas gravitacionales producidas por tal explosión.