Cuando la situación económica entra en el campo de las turbulencias, los gobiernos deben responder con políticas, reformas legales e incluso con nuevas leyes. Eso, que en cualquier lugar del mundo se lo hace a la luz pública y con las explicaciones pertinentes, acá se lo trata con palabras que no corresponden a las realidades concretas. Por orden superior no se puede llamar crisis a la crisis, el ajuste no es tal, así como la flexibilidad laboral que la Asamblea tramita al apuro en estos días es todo menos eso. En esas condiciones, ministros, asambleístas y funcionarios deben hacer contorsiones para incorporar en su diccionario las nuevas expresiones. Ellos saben que el uso de una sola de las viejas palabras puede colocarles en el pasado y, lo que es peor, fuera del cargo.

La verdad es que no somos muy creativos en esto. La historia del mundo está llena de situaciones en las que se ha buscado intencionalmente cambiar los significados de las palabras para amoldarlas a los objetivos de los gobernantes. Generalmente las revoluciones y los fundadores de nuevas épocas han buscado dar otro contenido a las palabras. A partir de ello, muchos teóricos de la semiología, la filología y la sociología han desarrollado entretenidas teorías sobre la manera en que se intenta cambiar a la realidad por medio del lenguaje. La mayor parte de ellos coincide en que los gobernantes buscan imponer en la sociedad una visión idéntica a la suya, que no se distancie ni un milímetro de segundo (para emplear la nueva terminología del ilustrado Maduro).

En el fondo, el asunto tiene que ver con la ideología o, más bien, con la imposición de una ideología. Un lugar común dice que no hay leyes ni políticas públicas que no lleven una carga ideológica. Se sostiene que, ya que son productos humanos, no pueden desprenderse de los valores de sus autores y del momento histórico de su formulación. Pero, esa es una verdad a medias. La carga ideológica del grupo gobernante se matiza en el proceso de debate, en la incorporación de las percepciones (ideológicas también) de los otros. Esa matización es la clave para contar con leyes y políticas altamente inclusivas y su seguro de permanencia en el tiempo. La imposición de una posición ideológica no es inclusiva ni perdurable.

Esto es precisamente lo que se ve en el tratamiento de la flexibilización laboral. Guiados por una sola percepción ideológica hicieron una ley tan rígida que ahora, cuando es necesario adaptarla a las nuevas circunstancias y consensuarla con otros sectores, deben ocultarla bajo un manto retórico. Las palabras escogidas para la propuesta pretenden ocultar la realidad vigente y esconden también los objetivos que se persiguen. Durante nueve años de vacas gordas pudieron sostener, junto a Humpty Dumpty que “cuando yo uso una palabra significa lo que yo quiero que signifique, ¡ni más ni menos!”, ya que “la cuestión es saber quién es el que manda aquí”. Ahora, tristemente, deben aceptar que fue solamente el personaje de un cuento. (O)