Se estima que ocho de cada diez ecuatorianos han visitado alguna vez a un brujo, adivino o curanderos en busca de pócimas dizque milagrosas. Estos últimos han llegado a convencer a los incautos de ser capaces de adentrarse en su pasado para resolverles el futuro, para atraer o dominar al ser amado, curar enfermedades e incluso conseguir trabajo y fortuna.

Aunque la ley prohíbe este tipo de actividades no son pocos los que se promocionan en diferentes medios, ni pocos los ingenuos que caen.

El engaño empieza muchas veces con la lectura de cartas o de la mano, son expertos en manipular a sus clientes discretamente; los brujos o charlatanes obtienen información sobre su familia, trabajo o pareja sin que la víctima se dé cuenta. Siempre el pasado o el futuro es terrible: gente que por “envidia” quiere hacerle daño, destruir su vida.

Al “consultorio” de estos supuestos adivinos va gente de toda clase social, pero el perfil que más les interesa es agricultores, amas de casa, familiares de migrantes, personas que tienen terrenos, casas o herencias, mejor aún si la víctima tiene bajo nivel educativo.

Los problemas más comunes que tiene son los del corazón, traiciones, despechos, engaños y amores imposibles. El brujo atiende hasta treinta personas por día, a los que les cobra la primera vez entre $ 8 y $ 10, es decir, que tiene asegurado como mínimo 300 dólares diarios, pero eso es solo el comienzo. A lo largo de varias citas el brujo se va ganando la confianza del cliente al que lo sugestiona, convenciéndolo de que él es su única salvación.

El brujo lee las cartas y le asegura que lo han “fumado” y por eso los demonios lo persiguen, con un algodón hace una limpia, reza y lo deposita en agua bendita; con terror, el iluso ve que el líquido se enciende, el brujo le explica que el diablo y su legión de demonios han sido expulsados del cuerpo. Envuelto en el algodón se encuentra sodio metálico, un químico que al contacto con el agua produce fuego.

Para los engaños no se necesita mucho, solo dos cosas: la fe y la credibilidad de las personas. Tener fe en la persona que puede realizar este tipo de cosas.

El farsante le asegura a Karla (nombre ficticio) que hay alguien que le quiere hacer daño, y para demostrarlo coloca ceniza de cigarrillo sobre una hoja en blanco, ahí aparece una “revelación”.

Para alejar esas malas energías le pide que se saque el anillo de oro, coloca la joya junto a una moneda en papel aluminio, los envuelve y le pide que los apriete fuerte y rece, ella sorprendida siente cómo el paquete empieza a calentarse hasta que no puede sostenerlo en las manos, el brujo le dice que para acabar con el hechizo debe enterrarlo en un cementerio o tirarlo a un río, pero en ningún momento abrirlo, por supuesto que le pide que no abra el paquete porque no quiere que su víctima se dé cuenta que ya no está la joya.

En este punto, hay que diferenciar la brujería de las prácticas ancestrales que son reconocidas por la Constitución ecuatoriana.

De acuerdo con el Código Penal, se considera contravención ejercer el oficio de adivinar, pronosticar, explicar sueños, encontrar tesoros escondidos o curar mediante ciertos artificios.

En cuestiones de salud, el engaño comercia de alguna manera con las falsas esperanzas y expectativas que tiene el consumidor; y lo que ocurre es que siempre terminan perdiendo dinero, tiempo y a veces hasta la salud por prácticas de dudosa eficacia.

Si la población en general tuviese un conocimiento básico de cómo funciona la ciencia, no sería engañada fácilmente; y si a la ingenuidad de muchos ecuatorianos le agregamos leyes débiles y autoridades que no sancionan ni investigan, obtenemos la fórmula ideal un negocio redondo y muy lucrativo, en el que los únicos que ganan son los estafadores. (O)

Roberto Gavilanes Guaycha,
Médico; Vinces, Los Ríos