Me decepcionan las representaciones del diablo que se hacen en el arte plástico y la cinematografía. Concretamente en el episodio de la tentación del desierto, cuando Satanás le propone a Jesús que obre un milagro para convertir piedras en panes, que se arroje desde lo alto del templo de Jerusalén para que los ángeles lo salven y que lo adore para a cambio darle todos los reinos de la Tierra. Las imágenes buscan representar al demonio recurriendo a los clásicos arquetipos de seres malignos, humanoides con partes de distintos animales, no falta una en que se lo ve como un apenas disimulado clérigo católico, otros han ensayado retratarlo como una mujer “tentadora” y alguno apostó por un ser andrógino. Todo esto está descaminado. No sé si alguna vez se lo hizo, no lo he visto, pero podría ser un diablo idéntico al mismo Jesús, con lo que se simbolizaría que las perturbaciones están en nuestra naturaleza.

Las tres tentaciones ofrecen una sola cosa: poder. El poder de hacer milagros y convertir la piedra en pan; el poder populista, lanzarse desde la torre del templo hacia las explanadas repletas de fieles, que quedarán maravillados al verlo sobrevivir al salto mortal protegido por los ángeles; y finalmente, directamente, el dominio político del mundo, todos los reinos de la Tierra. Este ofrecimiento último concuerda con la denominación del demonio como “el príncipe de este mundo” que le da Jesús, el cual advierte que esa poderosa entidad no tiene dominio sobre él. ¿De dónde viene esa inmunidad? Del absoluto desprecio que tiene el carpintero de Nazareth por el poder. Cuando interrogado sobre la legitimidad de los tributos dice que hay que dar al César lo que es del César, no está diciendo que sean buenos ciudadanos y cumplan con el SRI (Servicio Romano de Impuestos, eso quería decir) sino poniendo de manifiesto su ninguna relación con los Estados, con los poderes, a los que se opone su reino que no es de este mundo.

Creo que ya voló la perdiz... ustedes han visto con la facilidad que la tentación del poder lleva a las personas a las fauces de Satanás. El creer que se pueden convertir las piedras en panes: “¿Hablo con el FMI? ¿Me pueden mandar unos cinco mil millones para comprar pan porque me falló el milagro?”. La tentación de la popularidad es más grave, embriaga saltar el sábado en medio de la multitud en la explanada del templo y extasiar a los palurdos. Hay mucho que investigar sobre la naturaleza satánica del populismo. Pero esto es mediático, es decir, es solo medio, el poder, el dominio de todos los reinos del mundo es la tentación suprema, el poder por el poder que los lleva a adorar postrados al dragón. Al príncipe de este mundo oponemos “el hijo del Hombre”, como se llamaba a sí mismo Jesús, enfatizando integralmente en su humanidad, el galileo radicalmente libre, perseguido desde la cuna por los servicios herodianos de inteligencia y represión. (O)