EE. UU.

Muchas de las imágenes indelebles de la crisis de los refugiados de Oriente Próximo este año son agobiantes. Está la fotografía desgarradora de Aylan Kurdi sin vida, el niño de tres años que se ahogó en el mar y la corriente lo llevó a una playa de Turquía a principios de septiembre. Un fotógrafo en Grecia capturó el momento en el que Laith Mayid, un refugiado iraquí, se baja llorando de una lancha que se está desinflando, abrazando fuertemente a su hijo y a su hija. Y es difícil olvidar al malicioso periodista húngaro que hizo tropezar a un refugiado sirio que cargaba a un niño, provocando que se tambaleara.

Las palabras, simples pero poderosas, con las que el primer ministro Justin Trudeau de Canadá recibió al primer grupo de sirios reubicados de conformidad con un programa nuevo, contrastaban drásticamente con la miseria y la injusticia monumental que representan las primeras imágenes.

“Están en su casa”, dijo cuando desembarcaron los refugiados en Toronto, después de un vuelo de 16 horas procedentes de Beirut. A un hombre que sostenía a un infante con una banda de flores en la cabeza, le repitió el sentimiento: “Bienvenido a tu nuevo hogar”.

Con las mangas arremangadas, Trudeau ayudó al hombre a probarse abrigos para el invierno hasta que encontró uno que le quedaba. A cambio, el sirio le agradeció al primer ministro “por toda esta hospitalidad y este cálido recibimiento”, y dijo que el gobierno canadiense los había hecho sentir, a sus compañeros refugiados y a él, “muy respetados”, cuando hicieron su solicitud de asentarse en el país.

Hasta que se eligió a Trudeau, el gobierno canadiense había estado entre los occidentales que habían respondido a la crisis de los refugiados con mayor aprensión que compasión. Trudeau cambió eso ordenando a su Gobierno que admitiera a 10.000 refugiados sirios para el final del año y por lo menos 25.000 al concluir marzo.

“Nos toca mostrarle al mundo cuán abiertos están nuestros corazones y acogemos a personas que están huyendo de situaciones extraordinariamente difíciles”, dijo Trudeau durante su breve discurso en el aeropuerto al que llegaron los refugiados en un avión militar canadiense. “Esta noche se bajan del avión como refugiados, pero salen de esta terminal de aviación como residentes permanentes de Canadá”.

El programa de reubicación de Canadá es reducido en comparación con la magnitud de una crisis que se llevará años resolver. Naciones Unidas estima que se han desplazado aproximadamente nueve millones de sirios desde el comienzo de la guerra en el 2011, una cifra que solo puede aumentar ya que los combates en Siria no han cesado.

No obstante, la generosidad canadiense –y la calidez y el liderazgo personales de Trudeau– pueden servir de ejemplo para otros. Entre tanto, pone en vergüenza a los gobernadores y precandidatos presidenciales estadounidenses por su comportamiento insensible e irresponsable, mismos que han argüido que Estados Unidos, por el bien de su seguridad, debe cerrar sus puertas a todos los refugiados sirios.

El primer ministro no hizo ninguna mención directa al vecino sureño de Canadá en su discurso del jueves 10. No obstante, fue claro que se dirigía a un público fronterizo cuando dijo: “Esto es algo que podemos hacer en este país porque definimos a un canadiense no por el color de la piel ni por el idioma ni por la religión ni por sus antecedentes, sino por un conjunto de valores, aspiraciones, esperanzas y sueños que se comparten, y que no solo comparten los canadienses, sino pueblos de todo el mundo”.

Naciones Unidas estima que se han desplazado aproximadamente nueve millones de sirios desde el comienzo de la guerra en el 2011, una cifra que solo puede aumentar ya que los combates en Siria no han cesado.

© 2015 New York Times News Service. (O)