Antiquísimo argumento para que nada sea infracción: intentar justificar que no haya transparencia, se mienta, engañe o delinca. De haber un espacio de poder, hasta se lo santifica.

Sería faltar a la verdad expresar que antes de ahora aquello no se daba. Lo preocupante es que el discurso con el que los gobernantes del siglo XXI llegaron al poder fue acabar con aquello. Con los meses y los años, a pretexto de impulsar un proyecto político diferente, todo vale para concentrarlo y mantenerlo.

Se ahoga la posibilidad de real ejercicio de la ciudadanía, que debe implicar diversidad para pensar, proponer y decidir.

Y siempre estará la mención de la pobreza y de la falta de equidad, tachando a los de “cuna de seda”, pero permitiendo y facilitando el enriquecimiento de los de los entornos del poder.

Chucho el Roto
El personaje Jesús Arriaga existió en México en el siglo XIX, 1858-1894, durante la dictadura de Porfirio Díaz. De oficio carpintero, fue humillado y llevado a prisión, en las peores condiciones, por negarse a entregar a la hija que había tenido con la descendiente de un potentado, a la familia de este. Impedido de ejercer su oficio, asumió una venganza social, robar, por más de una década, a todo el que podía, sin violencia, elegante y con finos modales, según lo recoge la leyenda. Una parte de lo “ganado”, lo trasladaba a los pobres. El año 1894 cayó preso, el director del presidio dio la orden “¡Que le den doscientos latigazos a este desgraciado!”. Chucho el Roto contestó: “No puede ser desgraciado el que roba para aliviar el infortunio de los desventurados”. El director replicó “¡Denle trescientos!”. Chucho el Roto murió días después, como consecuencia del castigo.

En el siglo XXI algunos como que asumen seguir lo que hacía Chucho el Roto, desde el poder, haciendo mención de los pobres, sin riesgo a inmediatos latigazos.

¿Cuántos recursos van a los pobres?, ¿cuántos van a formar fortunas, hayan estado los beneficiados en cunas de seda o no?

El relativismo
Ramón Campoamor expresó en verso “...nada es verdad ni mentira / todo es según el color / del cristal con que se mira”, lo que hace suponer que inevitablemente desde un espacio de poder va a imperar el subjetivismo e incluso la arbitrariedad, aun cuando se haya satanizado en otros lo mismo.

Lo que sucede en Brasil merece analizarse.

Muchos seguimos con admiración la presencia de Lula y el Partido de los Trabajadores en la política de Brasil.

No tenemos toda la información que nos permita desentrañar qué pasa hoy en ese país.

Sin embargo, hay cosas extrañas.

En 1989 era presidente de Brasil José Sarney, y eran candidatos a la Presidencia y críticos contra él: Collor de Melo y Lula.

Corrupción era la tacha repetida. Triunfó Collor de Melo. Lula pasó a ser su principal opositor. Cualquier infracción de tiempos de Sarney era travesura frente a la corrupción del entorno de Collor de Melo, que renunció en 1991 cuando estaba a punto de ser destituido.

Ya en tiempos de Lula, los dos, Sarney y Collor, regresaron a la política y a ser legisladores. Los tres –con sus fuerzas políticas– concretaron alianzas.

¿Ayer mintieron en los ataques que se formulaban?, ¿se compusieron Sarney y/o Collor? o ¿por intereses políticos se entendieron?

A Collor, en julio del 2015, los agentes federales le incautaron tres coches de lujo –un Ferrari rojo, un Porsche negro y un Lamborghini plateado– y una maleta con documentos que demostrarían que el político está involucrado en la trama de sobornos de Petrobras, caso Operación Lava Jato, porque habría intermediado millones de dólares en actos de corrupción, en que también estarían implicados cuadros del Partido de los Trabajadores.

Los casos de Petrobras, de Odebrecht y otros por decenas de millones de dólares, ya acumulan a muchos personeros y ejecutivos en prisión.

A las contribuciones para campañas electorales que se denuncian se suma la decisión unánime del Tribunal de Cuentas de Brasil, octubre del 2015, que no aprueba las cuentas fiscales de la administración porque se truqueaban cifras tomando, para el gasto público, recursos de banca estatal, prohibido por la Constitución y la Ley en ese país –pedaleos fiscales–.

Lula, al defender a la presidenta Dilma, en un acto en Sao Paulo, los admitió y justificó, porque señaló que eran para financiar los programas para los pobres.

¿Solo en Brasil se produce aquello?

Algunas columnas podrían escribirse sobre otros países con “gobiernos revolucionarios” y con fortunas creciendo, lo cual no lleva a perdonar lo que hicieron los llamados gobiernos neoliberales o de los acusados intentos de “restauración conservadora”.

¿En qué debemos creer en el Ecuador?
El riesgo de crisis económica en el Ecuador es muy preocupante. Se suma y potencia con la pérdida de credibilidad, por la falta de transparencia en la información y en las cuentas públicas.

Las vías publicitarias no siempre reflejan la verdad y se convierten en formas de manipulación que afectan y no ayudan a la credibilidad.

Las versiones contrarias a las del poder intentan sujetarse a procesos investigativos, pero deben alimentarse a base de filtraciones, porque se cierran las puertas que en democracia siempre deben estar abiertas, para que haya acceso a toda información.

El peso de la corrupción y la influencia del dinero de la droga dominan escenarios.

¿Será posible un compromiso del sector público ecuatoriano para todo transparentar, como el mejor medio de que se recupere la credibilidad?

Parece difícil porque ya se está en campaña para el 2017.

¿Habrá proceso electoral confiable? Muy difícil, si el fin justifica los medios, si todo vale, las reglas del proceso y los escrutinios lo más probable es que se sometan a aquello. (O)

Ramón Campoamor expresó en verso “...nada es verdad ni mentira / todo es según el color / del cristal con que se mira”, lo que hace suponer que inevitablemente desde un espacio de poder siempre va a imperar el subjetivismo e incluso la arbitrariedad, aun cuando se haya satanizado en otros lo mismo.