He dejado reposar por unos días a algunos contenidos del Informe presidencial. Para lograr distancia. No una falsa objetividad. Peor aún buscar la pretendida verdad de los círculos oficiales. Con mucha modestia, simplemente, quise poner distancia, para explorar más allá del alegón o del alegador, dicho en buen idioma. La adicción a la disputa como forma de relación social cansa. No permite avanzar a los actores sociales. Al conjunto de la nación, que debería ser nuestra preocupación ciudadana.
Hasta hace poco (agradezco a la coyuntura política que me provocó aquel cambio) me interesaba pensar a la política solo, desde el gabinete, con Gloria. Pero el discutidor permanente, el falso discutidor, el sofista por antonomasia, doblegó mi hábito. También la proclama alharaquienta y a todas luces engañosa de la participación. De la seudoparticipación social y política. Falsamente institucionalizada. Estatizada. Entonces, quise escuchar con más atención, desde otra actitud, a mis amigos y a mis adversarios, a los otros. Era necesario. Más aún cuando siento la responsabilidad de redactar cada columna. Esta columna. De no escaparme. Aseguré que no lo haría.
De allí sale el título de este artículo. Se lo debo a una amiga. Comentábamos en un grupo sobre los ambientes de la ciudad y del país. Ella los definió como una permanente bulla que amenaza. Tiene razón. Ruido que no dice mucho, pero que amenaza. A la integridad social, a la paz, a la convivencia comunitaria. Los emisores, los generadores del ruido, no saben de otra forma de pertenencia constructiva a la política.
La retórica es el uso de la palabra –de la razón– para generar pasión –sentimientos–, que movilicen a unos, no necesariamente contra otros, sino para la construcción de objetivos comunes o al menos compartidos. Eso diferencia a la mala política de la buena política. El liderazgo despótico levanta revanchismos sociales de todo tipo (clasistas, étnicos, generacionales, culturales) para soportar al poder político en ellos. Es la práctica del despotismo por más ilustrada y tecnocrática que fuese su apariencia.
El reciente Informe a la nación estuvo organizado bajo la misma partitura a que nos tienen acostumbrados. Temáticamente, el nacionalismo básico y la radicalidad en la propuesta de desarrollo. Pero con diferentes “tempos” en la teatralidad política. La más importante fue la expresión del liderazgo frente a sus bases parlamentarias, al escarmentarlas, con la prisión de la legisladora de PAIS imputada como corrupta. La forma actoral en el escenario no me llamó la atención. Ya antes, el líder populista, ha blandido las cabezas que ha cortado, de amigos y enemigos, como señal de autoridad y advertencia. La contundencia de la forma en el último 24 de mayo está relacionada con haber escogido, justamente a PAIS y a sus cuotitas de poder territorial, como destinatarios. Me pregunté, sanamente, ¿es que puede ser tan amplia y profunda la corrupción dentro de PAIS, que requieren ponerla en el centro de la escena? Fue, ciertamente, también una advertencia a los territorios a través de los legisladores gubernamentales. Me suena como un acto emparentado con la presión por lograr pactos productivos territoriales.
El Informe dibuja una estrategia. Las elecciones ad portas obligan a que la inversión pública sostenga la credibilidad del régimen. El mecanismo económico, el endeudamiento. El mecanismo ideológico, el mensaje de que la economía prospera. El mecanismo político, profundizar la división Gobierno/oposición. Y así llegar al 2017. Insuflar a su candidatura del viento de crecimiento infinito bajo las faldas de la democracia dura. Y ocultar, hasta ese momento electoral, que el viento de cola –el precio de los commodities y el crecimiento chino– ya no existe. La apuesta es, entonces, si gana la reelección, “relanzar” la misma propuesta de desarrollo, de Ecuador como una Corea sudamericana a la espera de su (una) Samsung. Y que el público –los electores– no perciba que esta apuesta es una operación cada vez más riesgosa. Pero no saben hacer otra cosa.
Con música ecuatoriana quién necesita de música extranjera, nos dijeron. El nacionalismo barato traspuesto al plano de la economía consiste en, sin justificación y en silencio, abandonar las propuestas iniciales –irrealizables, fantasiosas– que hicieron para la transformación de la matriz productiva. Empezaron con la nanotecnología y hemos terminado con las uvillas. Será por el tamaño, me pregunto. No devalúo a las uvillas, cuya mermelada es mi favorita. En la deflación de la grandilocuencia debutó también otra muletilla de la franquicia socialista del siglo XXI, la “guerra económica”.
La táctica del régimen es cómo pasar estos años sin resultados “espectaculares” en el producir más, mejor y diferente. Debe relanzar las sugerencias de las consultoras que plantearon construir barcos pesqueros en un país sin acero (si lo hizo China por qué no nosotros, nos interpelan a los incrédulos), barcos que serían ciudades flotantes que generarán la demanda económica diversificada que el Ecuador precisa (¿será que exportaremos miles de barcos a un mercado saturado que nos esperaría con los brazos abiertos?).
Lo peor que le puede pasar a la mala política es que sus operadores se sientan agentes estatales permanentes. No solo encarnación del Estado sino su expresión omnímoda. Como ellos serían el bien común, no pueden permitirse llegar a acuerdos e intercambiar con la razón del otro. Proclaman la eternidad del poder. Su eternidad en el poder. La “sirena reeleccionista” esta vez estuvo acompañada, además de la euforia y gritos de algún rector, también por los aplausos sin disimulo del árbitro electoral. Y para justificarlo nos hablan de “libertad republicana”. Y de que la democracia es confrontación por y para la justicia, sin concesiones a la democracia burguesa de los conservadores, que busca consensos.
Nuestro alegón/alegador reivindicó su “deber” de confrontar (y “hacerse respetar”). Trató de confundirnos. Evitémoslo. La principal asociación lícita de la democracia –histórica– es la posibilidad del conflicto. Justamente porque procesa las interacciones entre diferentes, los que concurren a un mismo escenario, en busca de soluciones. En perspectiva de los objetivos nacionales, aquellos que nos permiten vivir juntos. Vivimos juntos y en comunidad justamente porque buscamos consensos estratégicos y tácticos. En caso contrario, nos mataríamos. No seríamos una sociedad civil (civilizada), sino una sociedad bajo la égida de los líderes despóticos o mesiánicos (una sociedad religiosa). Yo no iré hacia ese régimen.
La “moraleja” que obtuve del Informe fue que los ecuatorianos debemos explorar y buscar liderazgos sobrios. Que garanticen la justeza del proyecto de desarrollo y afiancen el sentido nacional. Y también instituciones sobrias, que nos garanticen un buen Estado. Modificar las consecuencias del mal Estado y del liderazgo personalizado y despótico nos costará, a la sociedad ecuatoriana, muchos años y muchos sacrificios. (O)
Modificar las consecuencias del mal Estado y del liderazgo personalizado y despótico nos costará, a la sociedad ecuatoriana, muchos años y muchos sacrificios.