Es deplorable que en Guayaquil, la única certeza y conocimiento innegable frente a la “seguridad” es saber que no existe.
Cada vez que leo “taxi seguro”, “este local se encuentra vigilado”, “sonría, lo estamos filmando”, siento vergüenza ajena. Sé que no soy la única, esa sensación la tenemos muchos guayaquileños.
El domingo pasado me encontraba en un centro comercial, en el norte, y fui víctima del hurto de mi celular, hecho del que me percaté en el mismo momento que sucedió.
Alterada, busqué ayuda a uno de los guardias de seguridad, solicitando ver las cámaras para poder identificar al culpable o culpables. Pasaron los minutos y luego de preguntas irrelevantes y trabas, finalmente me dejaron tener acceso a los videos en los que se pudo identificar claramente a los sujetos que no solo participaron en el hurto de mi celular, sino que las cámaras revelaron que venían siguiéndome.
Identificados los sujetos, solicité que su descripción se diera a todos los guardias, en vista de que las probabilidades de su permanencia en el centro comercial eran altas.
Silencio fue lo único que recibí. “Eso pasa siempre”, me respondieron. “La próxima debe tener más cuidado”, comentó otro guardia de seguridad. “¡Huy!, esos ya se han de haber ido”, dijo finalmente uno que aniquiló mi esperanza por completo.
¿Cuál es la función de las cámaras de seguridad de los centros comerciales?, ¿es filmar un video desconsolador de cómo la delincuencia crece a diario?, ¿o es para fomentar el vivir con el miedo o la vergüenza de que la culpa es del usuario por no haber “tomado precauciones”?
¿Cuál es la función de los guardias de seguridad de los centros comerciales?, ¿ser simples espectadores de los siniestros para después limitarse a dar condolencias?
Señores, la seguridad ha muerto, no por la delincuencia, sino por la falta de interés que tienen frente al problema, quienes están llamados a proteger nuestra seguridad.
A pesar de que se encuentran en posición de garantes de nuestro bienestar, de que su imagen debería darnos tranquilidad, solo forman parte de la decoración, sin ninguna otra función real.(O)
Marcela Alejandra Dunn Ortega, 23 años, estudiante de Derecho; Guayaquil