Para los que no conozcan o hayan olvidado a El Principito, se los presento. Es un niño que cuando hace una pregunta, no renuncia a ella jamás; que después de conocer a algunos de los adultos advierte que siempre necesitan explicaciones, que solo juzgan importantes sus cosas como el dinero, que de una casa no quieren saber si es bella sino cuánto cuesta, que no les parece importante tratar de comprender por qué las flores se toman la molestia de producir las espinas, que se creen importantes como los baobabs, esos árboles enormes de África, donde arribó El Principito. Sin duda, él se entiende con Mafalda, que reprocha a sus amigos cuando hablan adulteces. A este personaje, creado por el escritor Antoine de Saint-Exupéry en 1943, le gustan las puestas de sol, un día vio 43 y se distrajo dulcemente; le agrada que le dibujen un cordero, sabe descubrir a los elefantes dentro de las boas en los dibujos y vive en el asteroide B612, apenas más grande que una casa, con tres volcanes, uno de ellos apagado, que le llegan a la rodilla, a los que deshollina regularmente; busca amigos, padece de soledad, aunque la serpiente le enseña que también se está solo entre las personas. Su risa es como una fuente en el desierto.

El Principito es un niño de nuestro mundo, de ayer y hoy, la aurora que fuimos, nuestro hijo, nuestro nieto, el rapaz que corre despeinado y sudoroso, esperanza de un porvenir que queremos lleno de luz. El que rodeó a Jesús, quien dijo que de los que son como él es el reino de los cielos y que quien recibe a un niño lo recibe a él.

Este niño, de cabello color del trigo, visita algunos planetas y conoce a adultos extraños. A un rey sin súbditos, quien le prohíbe bostezar y El Principito se rehúsa a obedecerlo, ante lo cual dispone que bostece y como también se niega, luego le ordena que lo haga y no lo haga. Pero le enseña que los gobernantes deben pedir a cada súbdito lo que puede hacer, ya que la autoridad se basa en la razón. “Si ordenas a tu pueblo irse al mar, hará la revolución. Tengo derecho a exigir obediencia porque mis órdenes son razonables”. Lo que es válido no solo en un país, sino en la familia, en la empresa, en cualquier institución. Y le enseña también que debe juzgarse a sí mismo, que es más difícil que juzgar a otros y que si puede juzgarse bien, será un verdadero sabio.

Después visita a un vanidoso, que cree que El Principito es su admirador y que tiene un sombrero para saludar a los que lo aclaman. Aturdido, en otro planeta conoce a un bebedor, que bebe para olvidar la vergüenza de beber.

Sigue su camino y halla a un hombre de negocios que dice de sí mismo que es serio y no se entretiene en tonterías, que está ocupadísimo contando estrellas, no para soñar en ellas como los perezosos, sino para poseerlas, ser rico y comprar más estrellas. El Principito, que no es nada sumiso, le increpa: “Tú no eres útil a tus estrellas. Yo riego mi flor cada día y deshollino todas las semanas mis volcanes, es útil para ellos que yo los posea”. Entonces, tierras extensas no cultivadas y casas suntuosas e inmensas para pocos, mientras los campesinos carecen de todo y los pobres no tienen vivienda, son un desperdicio y un agravio a su dignidad.

En el quinto planeta encuentra a un farolero y piensa que es una ocupación útil por ser bonita y, sobre todo, que es el único que se ocupa de otra cosa distinta a él mismo. Descubre ahí que como los días duran un minuto, había ¡1.440 puestas de sol cada 24 horas! Luego conoce a un geógrafo, quien investiga sobre la moralidad de sus exploradores –en realidad a ninguno, porque en estos planetas El Principito se entera de que son los únicos habitantes sus interlocutores–, porque no pueden decir que hay dos montañas si solo existe una. Nuestro personaje aprende lo que es algo efímero y se angustia que su flor lo sea.

Finalmente llega a la tierra, que cuenta con 111 reyes, 7.000 geógrafos, 900.000 hombres de negocios, 7 millones y medio de borrachos, 311 millones de vanidosos, dos mil millones de adultos. Es decir, en el mundo al revés de él y nuestro, hay más hombres de negocios que científicos, más borrachos que hombres de negocios y más vanidosos que borrachos, porque la vanidad es una lepra universal. Conoce al zorro y su ternura se engrandece, porque el zorro le pide que lo domestique y este le explica que ello es crear vínculos, esto es, tener necesidad uno del otro y que cada uno sea único en el mundo para el otro. “Si tú me domesticas será como si mi vida fuera iluminada por un sol. Reconoceré unos pasos que serán distintos de todos los otros pasos. Estos harán que me esconda bajo tierra. Los tuyos me llamarán fuera de mi escondite como si fueran música”. “Solo se conocen las cosas que han sido domesticadas. Los hombres no tienen tiempo para conocer nada, compran todo ya hecho”. “Si vienes a las cuatro, desde las tres comenzaré a ser feliz”. “Solo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”.

En el Día del Niño, formulemos votos porque siga progresando la causa de respeto a sus derechos básicos y que si un chiquillo, cualquiera que sea, nos pide que le dibujemos un cordero, no nos neguemos jamás. Recordemos a Exupéry, quien dedicó así su libro “A León Werth cuando era niño”. (O)

“Solo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”.